Guadalupe Loaeza / Dar el avión

AutorGuadalupe Loaeza

Cuando era niña, nada me daba más ilusión que ir al aeropuerto a buscar ya sea a mi papá, quien entonces viajaba muchísimo, o alguna de mis hermanas que iban y venían de Francia a México. Entonces para mí el aeropuerto era el lugar más internacional y sofisticado del mundo. Si el avión se retrasaba, lo cual sucedía todo el tiempo, y los que habíamos ido al aeropuerto decidíamos ir al restaurant a comer un club sándwich y desde allí veíamos aterrizar los aviones, era la culminación de una experiencia inolvidable. Ver bajar a los pasajeros por la escalinata por ejemplo de mi línea preferida de esa época, Air France, perfectamente bien vestidos; ellas de sombrero y traje sastre llevando en su mano un necessaire de cocodrilo y con un aire desenfadado, me entusiasmaba a un grado indescriptible. En esos años, quería ser aeromoza y novia del piloto del avión. Quería recorrer todo el mundo, siempre bronceada, con mi uniforme y un gorrito con los colores de la línea. Quería ser la protagonista de la película Boeing Boeing, protagonizada por Tony Curtis y Jerry Lewis. Creía que las stewards se divertían mucho más que las maestras de escuela o que las enfermeras. "Es que esas azafatas tienen muchas horas de vuelo...", decía mi madre con un tono irónico y reprobatorio.

"¿Qué era tener muchas horas de vuelo?", me preguntaba curiosa. Para doña Lola, significaba dormir en cualquier hotel, de cualquier ciudad y con cualquier piloto o steward. Significaba no ser hija de familia, irse de vacaciones a uno de los Club Med, y aceptar ir a cenar con alguno de los pasajeros de primera clase.

En mi casa se hablaba todo el tiempo de aviación. Mi padre era un experto de la temática jurídico-aeronáutica, tema del que prácticamente nadie conocía entonces. Durante varios años don Enrique fue consultor jurídico de Pan American Airways y de Mexicana de Aviación.

Cuando apenas tenía yo un año de edad, toda la familia se embarcó a Canadá porque mi padre había sido designado representante permanente de México ante el Consejo de la Organización de la Aviación Civil Internacional en Montreal. Don Enrique fue el primer presidente de la OACI. Doce años estuvo frente a esta responsabilidad con gran éxito. Asimismo fue fundador de la cátedra de Derecho Aéreo y Espacial en la Facultad de Derecho de la UNAM, disciplina que impartió en la Escuela Libre de Derecho, su alma máter.

Con orgullo digo que en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México se encuentra un busto en honor...

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