Guadalupe Loaeza / Tú espías, él espiará, yo espié...

AutorGuadalupe Loaeza

Recuerdo que nada me gustaba más de niña que espiar a los adultos, incluyendo a las trabajadoras domésticas. Cuántas veces no seguí a Flavia, la recamarera, cuando iba por el pan para saber si se encontraba con su novio. En efecto, lo veía, prácticamente todos los días, en la Plaza Necaxa. Allí estaban los novios, tomados de la mano, muy sentaditos en una banca. Por lo general, y para que no me viera Flavia, me escondía detrás de los árboles, pero una noche me cayó encima de la cabeza un azotador peludo, negro y verde y tuve que llamar a la muchacha para que me auxiliara. Claro que no le dije que la estaba espiando, sino que había ido a casa de una amiga que vivía en Río Tigris. Tampoco le conté a mi mamá de las escapadas de Flavia. En esa época, también empecé a espiar a mi tía Guillermina, quien vivía en la colonia Juárez, justo en frente del Sagrado Corazón. Aunque Mina tenía más de 50 años y era soltera, tenía un novio a escondidas. Era un español que había sido herido durante la Guerra Civil, de allí que cojeara un poco. Un día los seguí, a pie, hasta el Reloj Chino. De pronto, se metieron hasta el fondo de una tortería y desaparecieron. Como ya era muy tarde, tomé un camión Juárez-Loreto el cual solía dejarme en la esquina de mi casa (entonces las niñas de 13 años tomaban camiones y hasta peseros sin el menor problema). Cuando mi mamá me preguntó por qué llegaba tan tarde: "Fui a ver a mi tía Guillermina y la acompañé a comprar su billete de la Lotería por el Reloj Chino". Jamás le conté que la había visto con su novio español, y que ambos habían desaparecido en una especie de vecindad. Esa noche, no dormí. Temía que le hubiera podido suceder algo terrible. A la mañana siguiente le llamé muy temprano antes de irme al colegio y me dijo: "Lástima que no viniste a visitarme estuve en la casa toda la tarde". Además de mentirosilla, Mina llevaba una vida doble. Cómo me hubiera gustado que se hubiera casado con su novio español. Mi tía nunca se casó. Un día, mientras espiaba a mi madre, que se encontraba hablando por teléfono con una de sus amigas, la escuché decir: "Pobre de Mina, nunca conoció varón". Al escuchar lo anterior sonreí, yo era la única de la familia que sabía de su varón... La frase se me quedó muy grabada y por las noches le rezaba a San José para que cuando fuera grande conociera a muchos "varones" y me casara con el mejor y el más rico de todos.

Andando el tiempo, fui afinando de más en más las artes del espionaje. De este...

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