Gustavo Esteva/ La obligación del Congreso

AutorGustavo Esteva

Conforme al diseño actual del Estado mexicano el Congreso toma decisiones soberanas. Pero su soberanía es prestada. Desde 1917 quedó establecido que la soberanía reside en el pueblo. Quienes fungen como sus representantes tienen la obligación de obedecerlo.

La autonomía del Congreso se ejerce sin limitaciones en asuntos como el presupuesto. El mandato popular al respecto es confuso y contradictorio. Aparece como una colección de demandas específicas, en muchos casos contrapuestas, que compiten entre sí. O bien, se expresa en exigencias aparentemente comunes, como el deseo de cambio, que corresponden a muy distintos proyectos o ideales. Cada diputado o senador, o cualquiera de sus bloques, pueden pretender sin dificultad que su propia posición es la de los ciudadanos y se atiene al mandato que de ellos recibieron, aunque en realidad predominen los grupos de interés y reine el cabildeo.

Al terminar en unos días esa negociación, pasará al primer plano de la agenda legislativa la reforma constitucional sobre derechos indígenas. Formalmente, el Congreso tiene absoluta libertad para tomar decisiones al respecto. Real y políticamente está sumamente acotado. En este caso el "mandato popular" es claro y no da mayor margen de maniobra.

Ese mandato se refiere ante todo a la paz en Chiapas. La exigencia al respecto no puede ser más general. Lo peor que podría ocurrir es que el Congreso prolongara la simulación de Zedillo y proyectara en los zapatistas su propia intransigencia. Cualquier modificación sustantiva al texto de la Cocopa sería un obstáculo a la paz y tendría muy graves consecuencias. El hecho está a la vista de todos. Ninguna maniobra conseguirá ocultarlo.

Sin embargo, el ánimo que bloquea la paz desde 1994 ha empezado ya a manifestarse en el Congreso, bajo la forma de reservas u observaciones de algunos legisladores. Comienzan a reiterarse argumentos del seudodebate impulsado por la administración que acaba de terminar. Son argumentos que reflejan ignorancia, mala fe o prejuicio, cuando no el más cínico racismo.

Por ejemplo: se emplea de nuevo el hecho evidente de que somos fruto de una mezcla interminable de sangres y culturas, que nos hace a todos mestizos, como argumento contra el reconocimiento de los pueblos indios. Pero la realidad del mestizaje nada tiene que ver con la reforma planteada. Lo que se busca es disolver la función que se le atribuyó desde el siglo XIX, como emblema de una falsa identidad nacional. Plantearnos ahora un...

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