Un hallazgo histórico

AutorMarta Terán

A W. Taylor y W. Borah

España posee nuestras dos primeras banderas militares. En el Museo del Ejército, cuya sede es el Palacio del Buen Retiro de Madrid, estas piezas semejantes y de dos vistas forman parte de los "Trofeos tomados al enemigo" (clasificadas con los números 40.165 y 40.166). Son las banderas con las que Ignacio Allende y Miguel Hidalgo dieron el "grito de la insurrección" la noche del 16 de septiembre de 1810 al llegar después de un día triunfal a San Miguel el Grande, porque en uno había recaído el mando militar y en el otro, el mando político del levantamiento.

En estas banderas se plasmaron las causas más amplias con las que dio principio la guerra por la independencia mexicana. He aquí nuestras enseñas primigenias y fundamentales no solamente por lo que son; también por lo que explican del surgimiento y derrota del primer movimiento caracterizado por la concentración de enormes multitudes en torno a los jefes rebeldes.

En las banderas se depositaron sentimientos públicos muy importantes: religiosos, de lealtad y patrióticos compartidos por todos los grupos de la sociedad y centrales en las consignas del levantamiento de 1810, en las vivas a la Virgen de Guadalupe, al Rey Fernando VII, prisionero de Napoleón, y a México, al acercarse el peligro. Hay que recordar que los franceses amenazaban por igual a la monarquía que a la Iglesia; también habían hecho cautivo al Papa Pío VII. Las banderas representan ese tiempo extraordinariamente bien ya que condensan lo ocurrido entre la primera declaración de guerra española a los revolucionarios franceses en 1793 y la pérdida de la esperanza en el triunfo español, a dos años en Madrid del reinado de Bonaparte por la persona de su hermano, José I. Si las campañas de descristianización de los franceses inauguraron la causa de la religión y el confinamiento de Fernando en Bayona produjo la causa de la monarquía; el temor al saberse que caían, una tras otra las ciudades españolas y sus más fuertes defensas armaron la causa de la patria desde el mes de mayo de 1810, al hacerse común pensar que, perdida la guerra, los franceses desearían tomar estos dominios. Y el gobierno y los españoles peninsulares, que dos años antes habían depuesto al Virrey Iturrigaray para evitar cualquier fractura del vínculo colonial, eran los únicos que podían entregar la Nueva España, nadie más hubiera deseado tomar ese partido. Lo interesante es que estos sentimientos que revelan una reacción defensiva frente a Europa se manifestaron en una violencia tremenda contra los españoles peninsulares.

La causa de aislar la patria de cualquier desenlace europeo nació del Grito, de los emitidos el 16 de septiembre de 1810. La palabra grito viene de grita (grida luego grido); es decir, la vieja llamada de alerta de las aldeas y las villas españolas: ¡a degüello!... De septiembre de 1810 a enero de 1811 murieron degollados y no en batalla más de mil europeos. ¡Mueran los gachupines! ¡Muera el mal gobierno! Al tomar las ciudades, al degollar españoles o exhibirlos muertos por varios días como en noviembre en la segunda toma de Guanajuato, la gente les gritaba ¡traidores, herejes, judas! Evidentemente, hay razones hondas y poderosas que explican el deseo popular de la independencia y desde ángulos económicos y sociales esa violencia, aunque no tengan cabida en esta hipótesis en símbolos del primer impulso emancipador.

El lienzo al óleo de la Virgen de Guadalupe que los rebeldes se llevaron de Atotonilco el 16 de septiembre, al mediodía, fue capturado pronto por los realistas. Tomó un lugar cerca de Miguel Hidalgo y por haber sido la imagen que incorporó el pueblo que le seguía, al perderse, su lugar se fue cubriendo con otras...

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