Historias de abusos

AutorEstefanía Escobar

Les entregan ropa interior usada y manchdas, comida con gusanos, extensas jornadas de trabajo a cambio de una lata de Coca-Cola o una bolsa de papas. Así viven los migrantes en los centros de detención en Estados Unidos.

Bajo la supervisión del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), estos centros concentran a miles de indocumentados en proceso de deportación en condiciones que, según denuncias de los mismos recluidos y de activistas que defienden sus derechos, son infrahumanas.

La situación empeoró, aseguran los defensores de los migrantes, desde que la Administración del Presidente Donald Trump le dio la total libertad para gestionar esos recintos a empresas privadas como GEO Group o CoreCivic, con millonarios contratos que hacen de la detención de los sin papeles "un negocio perfecto". Precisamente este año, esas compañías aportaron la mayor cantidad de fondos en la historia a la campaña del republicano de cara a las elecciones del 3 de noviembre.

Sin una inspección real y un seguimiento a fondo de las quejas de los detenidos, estas empresas, que reciben del Gobierno federal entre 120 y 140 dólares al día por cada migrante recluido, "gastan lo mínimo" para la atención de los indocumentados, acusa Maru Mora, fundadora de La Resistencia, un grupo promigrantes en el estado de Washington que desde 2014 ha impulsado huelgas de hambre en el país tanto de los reclusos como de activistas para denunciar estos abusos y pedir el cierre de los centros de detención, especialmente, el de Tacoma.

"En las más de 20 huelgas de hambre que hemos visto en más de 6 años (...), la primera cosa que siempre mencionan es la comida que reciben, que como dicen ellos, no es comida, es basura", señala en entrevista la mexicana, de 49 años, quien llegó a Estados Unidos en 1996.

"Mucha de la comida está echada a perder o tiene gusanos o tiene piedras, y por años hemos escuchado reportes de que hay veces que llegan otros objetos (...), como pedazos de plástico, uñas, cabellos".

Esta situación, cuenta Mora, propicia que los detenidos tengan que recurrir a comprar comida instantánea que venden en las llamadas comisarías, que son unas tiendas al interior de los centros de detención donde los productos se encuentran hasta al triple de su precio normal, y para poder comprar, los migrantes dependen de que sus familias les envíen dinero o de "trabajos voluntarios" dentro del recinto.

Los trabajos, explica la activista, consisten en la limpieza de las áreas comunes, en preparación de alimentos, en lavandería o en la pinta de paredes, y generalmente son jornadas de 6 a 8 horas a cambio de un dólar que muchas veces "ni siquiera llegan a ver", pues va directo a las...

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