Historias de secundaria

AutorLuis Fernando Granados

I

Antes que nada, hay que celebrar el zafarrancho generado por la propuesta de reforma del plan de estudios de historia para la educación secundaria. Como la mayor parte de las movilizaciones sociales, la sola agitación es al mismo tiempo evidencia de vitalidad comunitaria y agente impulsor de esa vitalidad. Es un indicio más que elocuente de las capacidades intelectuales de una sociedad que a veces tendemos a imaginar abrumada por la estandarización y el ruido mediático. Los excesos verbales de los contendientes -la arrogancia del subsecretario Gómez Morín lo mismo que el nacionalismo casi conchero de algunos profesores e historiadores profesionales- sólo son especies que hacen más picoso el caldo, que añaden colorido al cuadro, pero están lejos de constituir la materia misma del debate. El hecho central es que la propuesta de reforma ha devuelto al ámbito público un asunto que -por usar el lugar común- es demasiado importante como para dejarlo en manos de los especialistas.

La profusión de opiniones al respecto y la queja reiterada de los profesores por no haber sido consultados, así como la incomodidad de muchos asesores al ser presentados como coautores de la propuesta, manifiesta no obstante la existencia de un grave problema de organización, que tiene que ver -obviamente- con el despotismo tecnocrático de nuestras instituciones. De manera incidental, muestra también hasta qué punto el énfasis en lo electoral nos ha hecho perder de vista que la democracia es ante todo un método para la toma de decisiones y, por tanto, que puede y debe ser ejercida en todas las instancias de la vida social. En buena hora, el secretario de Educación Pública comprendió que la urgencia de reformar no es tanta como para impedir la construcción social de la política educativa. La buena hora sólo lo será cabalmente, sin embargo, si esta decisión táctica se convierte en un esfuerzo sostenido en pos de una reforma democrática -dialógica, racional y desde abajo- que ponga a los expertos en su sitio y, sobre todo, que contribuya a desenraizar el patriotismo demagógico y autoritario heredado del antiguo régimen.

Lo mejor de la propuesta de reforma radica precisamente en que se propone combatir el nacionalismo de matriz priista, que es, a no dudar, una de las deformaciones culturales más graves que afectan a nuestro país. Al proponer la fusión de la historia mexicana con la historia "universal" -aunque ésta sea, ciertamente, sólo la de Europa occidental y sus afanes imperialistas-, los autores de la propuesta se han distanciado del ombliguismo que durante décadas caracterizó tanto al sistema educativo nacional como a la cultura hegemónica posrevolucionaria. Sin aspavientos pero con claridad, la medida consigue replantear la falsa y perniciosa idea de la "excepcionalidad" mexicana, alterar los términos del debate, tan viejo como estéril, sobre el "ser" mexicano. En efecto, la conseja que afirma que "como México no hay dos" -tonta si se la entiende literalmente, ridícula cuando se insufla de espíritu deportivo-empresarial- sólo podrá ser eficazmente combatida si las peculiaridades históricas de México son percibidas en relación con estructuras y procesos seculares más amplios. No con el ánimo de reducir lo concreto a la condición de "caso" o "copia" -faltaba más-, sino con el propósito de conciliar una condición humana...

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