Un hombre de armas tomar

AutorDalila Carreño y César Huerta

Un día de 1989, Valentín Trujillo fue llamado a la oficina de Carlos Salinas de Gortari, entonces Presidente de México, quien se encontraba interesado en ver una función de Rojo Amanecer, la película sobre la matanza de estudiantes en Tlatelolco y que había sido filmada en la clandestinidad.

A la cita acudió acompañado de Héctor Bonilla, actor y productor del filme. Una vez que terminó la función, Salinas les pidió que modificaran dos escenas en donde se hacía referencia al Ejército mexicano.

"Nos recibió muy amable y después de que la vio nos dijo que le había gustado mucho, pero nos pidió eso (los cambios), como un pacto de caballeros", narró Trujilllo a Gente! en octubre de 1996, previo al reestreno comercial del filme.

No obstante, algunos recuerdan al actor, director y productor como un hombre de armas tomar.

Luego de la "sugerencia" presidencial, se suprimieron dos minutos de la película, pero los negativos se los entregó a varios de sus amigos para protegerlos por si alguien llegaba a catear sus oficinas del Condominio de Productores.

Y es que, recuerda Bonilla, si algo caracterizaba al desaparecido cineasta, era su solidaridad.

No le importó, por ejemplo, haber entrado una semana antes de concluir el rodaje de la cinta dirigida por Jorge Fons para pagar las nómina de quienes estaban trabajando, cuenta María Rojo, actriz del filme, sino que luchó parejo, como todos, a partir de ese momento.

Trujillo nació prácticamente en un foro gracias a su abuelo, el productor Valentín Gazcón. A los dos meses de edad apareció en la serie de tres películas El Lobo Solitario (1951) y, a los 2 años, en El Jinete (1953).

A los 8 años debutó en El Gran Pillo, de su tío Gilberto Gazcón.

"Jugábamos mucho, por nuestras familias. Era un hombre que siempre bromeaba, aunque pudiera dar una imagen de serio, siempre tenía una sonrisa", comenta el también cineasta Alfonso Rosas Priego (La Tregua), amigo de Trujillo desde la infancia.

Pero su experiencia no lo hizo ser un patán en el set, como lo eran algunos actores de su generación, asegura Alfredo Gurrola, quien lo dirigió en La Pandilla Infernal (1987).

"Sabía cuáles eran los emplazamientos para la cámara, pero jamás decía nada, obedecía todo".

A lo único que se oponía, pero eso ya en el ámbito privado, era a tener un nuevo bebé y a visitar los hospitales, cuenta su esposa Scarlet Trujillo.

"Yo quería un bebé y él decía que ya no, que estaba ya muy grande para eso. Tampoco le gustaba estar en los hospitales...

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