El horror de la belleza

AutorNatalia Vitela

Nancy entregó su cuerpo durante seis años a Arturo Luna López, quien con inyecciones le moldeó un derriere perfecto. Hoy paga con mutilaciones los efectos del tratamiento.

El sueño de lucir unos glúteos perfectos se había hecho realidad. A todos sorprendía su forma y firmeza. Estaba orgullosa. Había alcanzado la figura que tanto anhelaba.

Solía hacer ejercicio para fortalecerlos, así que esa era la razón que pregonaba públicamente para justificar tal perfección.

"En el gimnasio me decían: '¡Qué bárbara!, tienes los mejores glúteos", recuerda "Nancy", quien pide que su verdadera identidad permanezca en el anonimato.

Hoy ronda los 45 años. Su larga cabellera rubia es el marco de un rostro con ojos verdes, nariz respingada y piel restirada.

La historia de su transformación comenzó hace 12 años. Ese día, mientras se ejercitaba, se le acercó una de las entrenadoras y le dijo: "Conozco a una persona que en cosa de días te moldea los glúteos. ¡Olvídate de hacer sentadillas! Te inyecta unas sustancias milagrosas... pero esto es algo muy secreto".

La búsqueda del milagro la llevó a un gimnasio frente a Plaza Satélite. "Era un gimnasio de tercera", recuerda con un dejo de desengaño, que entonces no fue más fuerte que su ilusión de encontrar la fórmula perfecta.

Allí, Arturo Luna López, quien se asumía como dueño del lugar, era el encargado de aplicar el tratamiento.

"Recuerdo que la primera vez que fui había muchas chavas esperando ser atendidas. Me fue inyectando durante meses. ¡Eran jeringas, jeringas y jeringas!

"Me cobraba por 'puestas'. Me decía: 'Te voy a colocar ocho puestas'. Para él, cada puesta consistía en cinco jeringas. Así que en total me ponía 40 inyecciones, 20 por 'pompi', en cada sesión.

"Inmediatamente después se me formaban los glúteos más perfectos, los más hermosos y bonitos que uno pueda imaginar", dice, todavía entusiasmada, mientras recuerda aquella imagen.

La recompensa era suficiente para ella, y por eso no le importaba salir mareada, con náuseas y, en ocasiones, con dificultad para caminar.

Nancy se dejó inyectar durante seis años.

Iba cada dos o tres meses. Cada puesta le costaba mil 500 pesos.

Dos años después de la última inyección, empezó el verdadero calvario, que aún no termina.

"¡Se me empezó a poner la piel negra, y sentía como si estuviera cargando miles de canicas! Fui con un cirujano plástico y me dijo que tenía que sacar inmediatamente la sustancia que me habían inyectado, que traía tejido muerto y era...

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