Efraín Huerta: Retrato del padre y el poeta

AutorSilvia Isabel Gámez

Fraín Huerta guardó silencio sobre el 68. Dejó clara la opinión que le merecía Gustavo Díaz Ordaz, pero no escribió sobre la masacre del 2 de octubre. "Porque le dolía", dice su hija Raquel Huerta-Nava.

Una parte de la izquierda radical lo atacó. Octavio Paz había renunciado como embajador en la India, José Revueltas acabó en Lecumberri, y Huerta prefirió callar.

"Si no se manifestó es porque sus hijos estaban en el movimiento, significaba ponerlos en un riesgo grave", afirma David, el menor de los tres hijos que el poeta tuvo con su primera esposa, Mireya Bravo.

Andrea, la primogénita, y David estuvieron en Tlatelolco. Recuerdan que su padre salió a buscarlos, pero cuando llegó, le impidieron el paso a la Plaza de las Tres Culturas.

Sufrió la misma angustia que cuando los granaderos los golpearon en una manifestación en San Cosme, en 1965. "Estaba desesperado", dice su hija Eugenia.

Huerta siempre fue comunista, estalinista confeso. Cuando eran niños, jugaban a la lotería, y el escritor aprovechaba para "indoctrinarlos". "'La cobija de los pobres', gritaba, y todos sabíamos que era el Sol. Luego decía: 'rojo serás algún día', y era el mundo. Muy divertido".

No es de extrañar que Eugenia militara en el PSUM; David, en el PCM, y Andrea fuera "compañera de viaje", sin partido.

Pero además, recuerda Emiliano Delgadillo, estudioso de su obra, Huerta era muy terco. Sabía de los excesos del estalinismo, pero nunca lo puso por escrito. Su cierre espiritual con el "abuelito" Stalin, como lo llamaba, hay que buscarlo en el poema "Un hombre solitario", sobre una persona anónima que deja un ramo de flores en el sepulcro del dictador.

"Hay cierta nostalgia por ese gran mito que se perdió", dice Delgadillo. "Hubiera deseado que Stalin fuera un hombre íntegro".

Nació como Efrén Huerta Romo en Silao, Guanajuato, el 18 de junio de 1914. Fue el séptimo de ocho hermanos, señala Raquel. Algunos murieron de niños por enfermedades. El propio escritor tenía marcas de viruela, afirma.

El padre, José Merced Huerta, abogado y juez, impuso a sus hijos un orden desde niños. Esa disciplina hizo de Huerta un autor prolífico. Raquel calcula que son miles los artículos que escribió desde que en 1936 dejó la carrera de Leyes para dedicarse al periodismo.

Su biógrafa, Mónica Mansour, consigna más de 20 periódicos y revistas en los que colaboró. Cronista de cine y teatro, crítico literario, autor de reportajes de fondo, escribió algunos cuentos y su Poesía completa abarca, en la edición de 2014 del FCE, más de 600 páginas.

En 1917, la familia parte a Irapuato, donde los padres se separan. Sara Romo viaja a León con sus hijos, y después a Querétaro, donde Huerta se afilia en 1929 al Gran Partido Socialista del Centro.

Al año siguiente, llega a la Ciudad de México con la intención de estudiar dibujo, pero no es aceptado en la Academia de San Carlos. En 1931, ingresa a la Escuela Nacional Preparatoria y, por sugerencia de sus amigos, adopta el nombre de Efraín.

Su primera musa es Adela María Salinas, a quien dedica el poema Absoluto amor, que da título a su primer libro, publicado en 1935. Para ese entonces, su aliento poético tiene un único destinatario, Mireya Bravo, a quien conoce "el 3 del 3 del 33".

Es amor a primera vista, por eso Delgadillo asegura que Huerta tiene un doble propósito: convertirse en poeta y enamorar a Mireya, a quien transforma en Andrea de Plata.

"Al día siguiente, le manda una primera nota que inaugura su epistolario", señala. Las cartas, que guarda el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de la UNAM, fueron escritas entre 1933 y 1935, y apenas comienzan a conocerse.

En 1934, Huerta le escribe: "No pienses siquiera en que soy de la Juventud Comunista. Piensa en que mi esfuerzo es llegar a ser un buen trabajador del arte". Se casan un sábado de agosto de 1941. Octavio Paz es su testigo de boda.

Los compañeros de primaria le decían a Andrea que, por comunista, su padre estaba condenado al infierno. Para salvarlo, compraba calcomanías de la Virgen de Guadalupe que pegaba en la cabecera de la cama del escritor.

"Seguro que está en el infierno, pero no por ateo, sino por mujeriego", afirma.

"Mejor ponemos que por enamorado", dice Eugenia: "Tenía mucho éxito con las mujeres, lo buscaban porque era encantador".

La madre de Huerta era católica, pero la familia de Mireya pertenecía a la Iglesia metodista. Para dar gusto a su suegra, Ana María Munguía, se casaron y bautizó a sus hijos en el Templo La Santísima Trinidad.

"Su venganza era escoger unos padrinos muy exóticos. De David, fueron una actriz guapísima, rubia, Martha Elba, y un poeta cubano negro, Regino Pedroso", señala Eugenia. Café con leche, como quien dice, y su suegra, que lo "adoraba", lo dejaba hacer.

Raquel, hija menor del segundo matrimonio de Huerta con la poeta Thelma Nava -del que también nació Thelma, residente en Canadá-, considera que, en sus últimos años, el escritor recuperó la religiosidad de su juventud. Lo recuerda fascinado frente al Cristo de Velázquez en el Museo del...

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