Humberto Musacchio/ Del genocidio y la impunidad

AutorHumberto Musacchio

El crimen, escribió Alfonso Reyes, es de todos los tiempos. "Pero hay épocas en que las tendencias criminales se agudizan de suerte que importa definirlas, aislarlas por decirlo así en la jaula conceptual de un término que las señale con una marca infamante". El gran polígrafo escribía lo anterior en 1949, cuando la ONU acababa de adoptar por unanimidad -incluido el voto de México- la convención sobre un crimen viejo entonces recién bautizado por Raphael Lempkin, profesor de la Universidad de Yale, con un nombre de raíces griegas: genocidio.

"No es tarea ociosa -agregaba don Alfonso- el dar caza a los fenómenos mediante una denominación especial... Toda palabra causa impacto en quien la profiere y en quien la escucha. El denominar un crimen ayuda a descubrirlo y propaga la intención de acudir a su represión o castigo". Era importante el nombre, pero más su contenido, el que Reyes definía como sigue:

"El 'genocidio' abarca la destrucción premeditada de un grupo humano, en su entidad de nación, raza o religión, y cuantas tentativas se encaminen a llevar a cabo semejante aniquilamiento, sea abierta o clandestinamente, sea por autoría, complicidad o incitación efectiva, sea por los gobernantes o las personas privadas que compartan la responsabilidad de este crimen; ya se trate del aniquilamiento físico y actual, que consiste en mutilar o matar seres humanos, o en someterlos a condiciones irresistibles como las de campos de concentración, trabajos forzados, hambre o contaminación voluntaria de enfermedades; ya del aniquilamiento futuro o interrupción de la continuidad biológica como las medidas de esterilización, el aborto, el secuestro de niños y otros actos de parecido intento".

La Convención contra el Genocidio fue aprobada en París el 9 de diciembre de 1948. Entre sus promotores se contaron Gabriela Mistral, Pearl Buck, Aldous Huxley y Ling Yu-tang. Entre los mexicanos que abogaron por su adopción figuraron Primo Villa Michel, Luis Padilla Nervo, Pablo Campos Ortiz y Raúl Noriega, personajes de nuestra vida pública.

Viene a cuento recordar el asunto no sólo por el bombardeo indiscriminado sobre la población afgana, sino porque aquí en México la Comisión Nacional de Derechos Humanos dio a conocer partes de un informe sobre los desaparecidos políticos de nuestra guerra sucia, la que por comodidad se sitúa entre 1970 y 1980. Se trata de los casos de 532 personas de las cuales, dice el citado informe, por lo menos 200 estuvieron en cárceles...

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