Humberto Musacchio/ Iglesia, iglesias e iguales derechos

AutorHumberto Musacchio

La visita del Papa es una fiesta de los católicos mexicanos, especialmente si viene a canonizar a una figura largamente venerada como es Juan Diego. Multitudes saldrán a la calle para manifestarle amor a su Pontífice y celebrar con él la elevación a los altares de quien fue, según la tradición guadalupana, mensajero de la Madre de Dios.

Poco importa que fray Juan de Zumárraga no haya dejado la menor referencia al milagro de la tilma y las rosas. Menos interesa que, por el contrario, el obispo aquel hubiese condenado los actos idolátricos que celebraban los indios en el cerro del Tepeyac, donde se veneraba a una de las deidades mexicas, la diosa Tonantzin, y tampoco parece importale a nadie que el mismo Zumárraga escribiera en su Regla cristiana, libro editado en 1547, que "ya no quiere el redentor del mundo que se hagan milagros porque no son menester".

Como alguien hiciera construir un pequeño templo en el cerro, ahí se congregaban los indios, lo que en 1556 motivó que Francisco de Bustamante, provincial franciscano, atribuyera el culto a "superstición e idolatría" y ante la Real Audiencia y el virrey pronunciara un sermón contra el entonces arzobispo de México, Alonso de Montúfar, a quien culpaba por "la devoción que esta ciudad ha tomado en una ermita e casa de Nuestra Señora que han intitulado de Guadalupe", lo que Bustamante juzgaba "un gran perjuicio de los naturales porque les da a entender que hace milagros aquella imagen que pintó el indio Marcos", es decir, el pintor indio Marcos Cipac de Aquino. Montúfar se defendió diciendo que "no se hacía referencia a la tabla ni a la pintura, sino a la imagen de Nuestra Señora por razón de lo que representa" (y no deja de ser curioso que el obispo haga referencia a una tabla y no a la tilma).

Oficialmente la Iglesia Católica no se dio por enterada. Los concilios mexicanos de 1555, 1565 y 1585 no trataron de las apariciones, aunque el culto guadalupano crecía entre la sociedad novohispana y los intelectuales criollos hacían alabanza de la "Rosa Mejicana" y del "Indio Venturoso" del Tepeyac. En 1648 el bachiller, historiador, poeta y teólogo Miguel Sánchez publicó un libro en el que analiza la imagen de la "Mujer prodigio y sagrada criolla", cuyos rayos representan el "oro que tributa" Nueva España. Era un recordatorio a la metrópoli de los beneficios que le representaba la pródiga naturaleza americana, mismos que, según el historiador Xavier Tavera Alfaro, al no repartirse entre los naturales...

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