Humberto Mariles: El jinete rebelde

AutorRamón Márquez

Finales de febrero de 1948. El equipo mexicano de equitación se apresta a partir hacia la última gira previa a los Juegos Olímpicos de Londres. Arrancará en Norteamérica. Culminará en Europa. Pero, inopinadamente, el teniente coronel Humberto Mariles -al frente del grupo- es requerido por el Presidente Miguel Alemán Valdés, quien le dice, con un tono de desdén en la voz: "El viaje se cancela".

Visiblemente molesto, sorprendido por la noticia, pregunta Mariles:

-¿Puedo saber por qué, señor Presidente?

-No pueden ganar -responde lacónico el mandatario, y se refiere despectivamente al orgullo de Mariles-. No pueden ganar con esos caballos para carretas, con ese tuerto.

Se irrita Mariles con el insulto a Arete, su caballo predilecto. Así le llaman porque nació con una hendidura en la oreja izquierda. Por una deficiencia orgánica perdió la visión en el ojo izquierdo. Alazán tostado de bella estampa y breve alzada, atrae la atención de los expertos por su peculiar estilo de saltar: arranca con paso casi lento y quizás desgarbado. Pero cuando enfila hacia la valla su cuerpo es una masa de músculos en acción. Impresiona su fuerza en el arranque y su ligereza en el galope. Al aproximarse al obstáculo, y en contra de toda ortodoxia, Arete frena el ritmo poderoso y se eleva con gracia, pero también con firmeza en cada uno de sus movimientos. Intenta el militar una protesta.

-Con todo respeto, señor Presidente, pero...

-¡Es todo! -lo interrumpe, terminante, el hombre del poder.

Mariles tiene todo arreglado para el viaje. Ha cubierto los gastos y el equipo está acreditado para cada competencia en Norteamérica y en Europa, incluyendo, por supuesto, la olímpica. Es la culminación de 12 años de trabajo; el toque final de una larga preparación con miras a competir en unos juegos olímpicos. Determinado a no fracasar en la empresa, Mariles recurre al ex presidente Manuel Ávila Camacho, quien le profesa especial afecto, y le solicita que interceda por él. Ávila Camacho acuerda un encuentro con Alemán el fin de semana.

Pero apenas es martes e intuyendo que será muy difícil que el Presidente Alemán acceda a la petición que le hará el hombre a quien sucede en el mando del País, toma Mariles una brava decisión: no esperará. Se hará el viaje. Se reúne con los miembros del equipo, todos militares, y les informa lo que ocurre. El grupo se solidariza: irán todos, pase lo que pase.

Sólo les pongo una condición: la responsabilidad será totalmente mía. Somos militares y...

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