Cuando la ilegalidad imita al arte

AutorCarlos Aranda Márquez

La película El secreto de Thomas Crown (John McTiernan, 1999) glamouriza el mundo de las falsificaciones de arte como un lugar de ligue y aventuras, pero todos sabemos que el trabajo de un falsificador se sustenta sobre dos ejes psicológicos singulares: el primero es la imperante urgencia de engañar a los expertos y el segundo, que sienten una necesidad patológica de dar la mayor publicidad a su fraude.

Las falsificaciones de obras de arte comenzaron casi al mismo tiempo que el arte se establecía como tal. Se dice que Miguel Ángel había engañado a clérigos y expertos con un Eros "a la antigua" con el propósito de establecer su maestría escultórica en el círculo de Lorenzo de Médici. Es inmenso el número de falsificadores, pero destacan algunos como Han van Meegeren, quien, utilizando los modelos de trabajo de los grandes maestros holandeses del siglo 17, vendió falsificaciones de Frans Hals, Pieter de Hooch, Gerard ter Borch, como si fueran obras maestras; y, con Johannes Vermeer, logró crear su coup de grace más importante: Los discípulos de Emaús, la cual fue elogiada por Abraham Bredius, director del Mauritshuis de La Haya y quien recomendó su adquisición para el Museo Boymans de Rotterdam. Una de sus obras llegó indirectamente a Hermann Göering y cuando terminó la Segunda Guerra Mundial y ante el temor de ser acusado de vender obras del patrimonio de Holanda a los nazis, decidió confesar sus actividades fraudulentas. Murió en diciembre de 1947, antes de comenzar su condena de un año por falsificar obras de Vermeer.

En México, tenemos una actividad igual de intensa y difícil de contener. Muchos coleccionistas quieren poseer obras prehispánicas y los falsificadores han hecho fortunas, ya que para el Instituto Nacional de Antropología e Historia es difícil el resguardo de más de 500 sitios arqueológicos y la legitimación de las piezas más hermosas debe pasar por los peritos del INAH. Lo cual genera una circunstancia delicada entre saqueos de sitios y copias de obras, y los volúmenes de movimientos de piezas no se pueden desglosar con claridad.

Los grandes artistas mexicanos del siglo 20 han sido copiados, falsificados y aunque contamos con catálogos razonados de algunos de ellos, la posibilidad de tener un Frida Kahlo, un Diego Rivera o un Rufino Tamayo ha provocado una producción de falsificaciones que, cuando son descubiertas, siempre llega a los medios masivos de comunicación. Los falsificadores de María Izquierdo, Remedios Varo e...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR