Lo que el indulto no puede reparar

AutorMartha Martínez

FOTOS: CORINA HERRERA

Alberto Patishtán

EL BOSQUE.- En el año 2000, tras ser acusado de participar en una emboscada en la que murieron siete policías, Alberto Patishtán comenzó la lucha por su libertad. Trece años después, luego de ser indultado por el presidente Enrique Peña Nieto, el profesor tzotzil libra una segunda batalla: la de la salud.

Patishtán es uno de los tres civiles que recibieron el indulto presidencial en los últimos 13 años. Los otros dos casos son los de Rodolfo Montiel y Teodoro Cabrera, conocidos como los "campesinos ecologistas". El profesor, como lo conocen en su comunidad, fue sentenciado a 60 años de prisión a partir de un proceso judicial plagado de irregularidades.

El 31 de octubre pasado, luego de que el Congreso aprobó modificaciones al Código Penal Federal, fue indultado. Para entonces ya había pasado 13 años y 4 meses en prisión, tiempo en el cual desarrolló un tumor cerebral que casi le cuesta la vista, dejó en el desamparo a sus hijos de 9 y 5 años de edad y vendió lo poco que tenía para pagar a los abogados que asumieron su caso durante los primeros años tras su detención.

El pasado 1o. de diciembre regresó al municipio de El Bosque, en el estado de Chiapas, su comunidad natal, y aunque dijo estar feliz por su libertad, advirtió que con el indulto ni los gobiernos federal y local ni el Poder Judicial podrán resarcirle la salud que perdió; mucho menos el tiempo que estuvo lejos de su familia.

DESPUÉS DEL INDULTO

Son las 10:00 de la mañana del 1o. de diciembre y Alberto Patishtán desvía a la multitud que lo recibió en las afueras del camino principal de El Bosque a una calle adyacente.

Por primera vez desde que fue detenido frente al mercado municipal, se dirige a la casa de sus abuelos, el lugar en donde fue criado por su mamá luego de que su padre los abandonó.

Tras abrirse paso entre la multitud que lo acompaña desde varias calles atrás, el profesor se detiene afuera de una casa sin puertas en donde los únicos muebles que se alcanzan a ver son una cama y unas cuantas sillas de madera. Ahí lo espera una mujer bajita, delgada, con trenzas largas y vestida con la típica blusa bordada de esta zona de los Altos de Chiapas.

"Es su mamá", dicen los pobladores que siguen al maestro mientras éste se acerca a María Gómez, la mujer que no ha visto en 13 años.

Rodeado de decenas de amigos, vecinos y familiares, Patishtán apenas tiene tiempo de tocarle la mano y hacer una inspección rápida a la cara de esa mujer que, dice entre sonrisas, está más bajita que cuando la vio por última vez.

Después de unos minutos y ante la proximidad de la misa que el párroco de la comunidad preparó en su honor, el profesor se despide con la promesa de regresar al día siguiente, cuando se lo permita el festejo por su regreso -para el cual se sacrificaron tres toros-.

La cara del profesor que hasta ese momento estaba sonriente, se torna pensativa; finalmente, dice al hombre que camina al lado de él: "se ve cansada", en alusión a su madre, quien se quedó a cargo de la crianza de sus hijos, luego de que su esposa los abandonó.

Patishtán era el sustento de su familia. Su hija mayor, Gabriela, quien actualmente estudia leyes, cuenta que, al ser...

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