Invita a repensar el cuerpo

AutorJesús Pacheco

En Homem=carne/Mulher =carne - Puxador Paisagem (Hombre=carne/ Mujer=carne - Jalador de paisaje), de Laura Lima (Brasil, 1971), todos estamos desnudos: el cuerpo de quien ejecuta una tarea absurda y constante en los horarios del MUAC, nosotros y nuestra mirada, con la que buscamos hallar un sentido a esa labor que se muestra imposible: conseguir que el paisaje entre al museo con la única ayuda de larguísimos cordones de lona, que se extienden y se enredan caóticos hasta llegar al exterior rocoso de Ciudad Universitaria.

El museo, o esa área del museo en la que tiene lugar la segunda de cuatro partes de Por amor a la disidencia en la que se inscribe la pieza de Lima, se salva del vacío y de su desnudez por nuestra presencia, la del jalador y de quienes lo observamos. Se erige entonces en escenario, como en la definición de Peter Brook, que sería desnudo de no ser por nosotros y el jalador, además de esas tiras vueltas riendas, que visten el lugar, que transforman la sala del museo (y pasos adelante, por las ventanas, descubriremos que el edificio entero) en un lastre. Ese bloque de concreto inamovible consigue que veamos un cuerpo todavía más desnudo: ahora no sólo vemos la intimidad carnal del jalador, sino la completa inutilidad de sus esfuerzos...

De pronto, ese cuerpo muta y se ha convertido en espejo de carne, uno en el que consigues verte (tú que también has experimentado el sinsentido de jalar, de ejecutar una labor automática de 10 a 8) y, momentos después, en escultura viviente gracias a las posturas que de cuando en cuando ejecuta, y que llevan a los músculos de sus piernas o sus brazos a hacernos guiños que inevitablemente obligan a pensar en los cuerpos en tensión de la escultura clásica. Entonces comenzamos a ver en la acción del jalador intentos por huir del enorme pedestal o por traer el paisaje al "nuevo pedestal" (el cubo hecho con seis planchas de concreto) en una especie de nostálgica e imposible labor para traer el Edén de regreso, uno en el que su desnudez no despierte las miradas perspicaces de los vestidos, los enropados.

Mientras piensas en esa posibilidad ecológica de resonancias bíblicas, tu mirada se posa en esa pared donde las cuerdas negras, líneas interminables e intrincadas de tela que parten de los hombros del hombre, juguetean tensándose y distendiéndose, latigueando hasta llevarte a otra imagen: la de aquellas instalaciones de la artista polaca Monika Grzymala que, mediante el uso dispendioso de cinta...

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