Isabel Turrent / Medio ambiente

AutorIsabel Turrent

Como si la naturaleza se hubiera propuesto desmentir a quienes insisten en negar que el calentamiento global existe, y mover a quienes tienen una vaga idea de sus consecuencias y prefieren no informarse y optan por la cómoda psicología del avestruz (después de mí, el diluvio), este verano ha sido, literalmente, un infierno. Una ola de calor y sequía con pocos precedentes mató a decenas en Pakistán y Grecia, y fue la mecha que prendió incendios forestales que arrasaron hectárea tras hectárea de bosques desde Japón hasta Estados Unidos. (Tan sólo en Europa, en este año, 450 incendios destruyeron cada uno 30 hectáreas: una extensión 40% más alta que el promedio de la última década, y en California, los bosques se quemaron a un ritmo alarmante).

En 2018, la ola de calor y sus consecuencias pusieron de manifiesto, como nunca antes, dos hechos innegables. En primer lugar, el costo en vidas y en números que estos cambios de temperatura dejan a su paso. Más de 90 muertos en Atenas; 100 millones de dólares se esfumaron en Suecia, junto con sus bosques, y el costo de luchar contra los incendios en Estados Unidos ha sido aún mayor. En los países más pobres, las altas temperaturas y la sequía cobran siempre un precio más alto: cosechas destruidas, alimento que se pudre, gente que muere en horas, y baja en la productividad.

La segunda lección es que, aunque Trump y el Partido Republicano insistan, para proteger los intereses de las grandes empresas petroleras y mineras que los financian, que lo que sucedió en California es producto del "mal uso del agua" (Trump dixit) o responsabilidad de los "ambientalistas radicales" que se oponen a la tala de árboles viejos, la liga entre el calentamiento global y las olas de calor, sequías, huracanes e inundaciones recientes, es un hecho.

No hay mejor indicador del calentamiento global que las altas temperaturas. Nuestro planeta se ha calentado 1 °C desde el siglo XIX, cuando la naciente industria europea empezó a lanzar a la atmósfera cantidades crecientes de gases de invernadero, especialmente dióxido de carbono. Los océanos y los bosques han absorbido parte de esos gases, pero la naturaleza simplemente no puede lidiar con las 38 000 millones de toneladas de gases que arrojamos ahora a la atmósfera cada año.

Si la atmósfera terrestre llegara a calentarse en 2 °C o más para mediados del siglo XXI, las consecuencias...

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