Isabel Turrent / El poder de la conciliación

AutorIsabel Turrent

Para Sandra.

Hay muchísimos casos de sociedades que optaron en algún momento de su historia por el suicidio político para ejemplificar los riesgos que corre hoy la democracia en México. Pero tal vez el caso más preciso y ominoso sea el de Chile en el período inmediatamente anterior a la elección de Allende el 4 de septiembre de 1970, durante su gobierno y alrededor del cruento final de la Unidad Popular en 1973. Chile vivió un proceso de polarización semejante al mexicano durante esta última campaña electoral. Las identidades políticas acabaron borrando cualquier otra etiqueta. Los chilenos acabaron por ser, antes que nada, socialistas, comunistas, demócrata-cristianos o derechistas. Las identidades comunes desaparecieron o fueron secuestradas por los grupos políticos: los "verdaderos" chilenos pertenecían a uno o a otro partido y las divisiones sociales y las desigualdades económicas reforzaron las identidades políticas excluyentes. El debate público alrededor de ideas y propuestas entre quienes apoyaban a las diversas corrientes, desapareció en medio de insultos y descalificaciones. En sociedades fracturadas por divisiones políticas, étnicas o religiosas, las batallas por el poder son cerradas e intensas. La elección de Allende se dio en un clima semejante a los últimos meses de la campaña que culminó en México el 2 de julio.

Salvador Allende llegó al poder con una mayoría relativa apenas superior a la votación que recibió Felipe Calderón hace unos días: 36.30 por ciento. El gobierno socialista de Chile era legítimo, pero cometió un primer error que Calderón ha evitado, pero que López Obrador ha repetido desde la derrota. Más allá de las presiones externas y las desventajosas condiciones económicas del país, a Salvador Allende se le olvidó contar. Alessandri, el candidato de la derecha, había obtenido 34.98 por ciento de los votos y Tomic, el demócrata-cristiano, 27.84 por ciento. Así como López Obrador habla en nombre del "pueblo" a pesar de que casi 62 por ciento de los electores votó en contra de él, Allende procedió a aplicar un programa que rechazaba el 62.82 por ciento de los chilenos. Sus opositores se enfrascaron en un proceso aún más peligroso y negativo: brincaron inmediatamente las barreras de la legalidad y vulneraron las instituciones chilenas. Cometieron los dos pecados que no se puede permitir nadie que actúe en política: la falta de objetividad y la irresponsabilidad.

A espaldas de la realidad y del sentido común, creyeron...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR