Islas invisibles / La línea de sombra

AutorRafael Argullol

¿Alguien se acuerda del día en que descubrió que existía la sombra? Probablemente nadie. Y, sin embargo, ¡qué día tan importante! De repente me doy cuenta de que alguien, la sombra, me acompaña siempre y a todas partes. Sólo la leve excepción del mediodía solar, un segundo tan sólo, me libra del inseparable compañero. También la oscuridad, pero la oscuridad no es sino una multitud de sombras que nos rodea y nos abraza. O el sueño, si es que soñamos imágenes sin sombras, algo sobre lo que no nos pondremos nunca de acuerdo. El niño que acaba de descubrir su sombra se da cuenta de que no sólo él tiene compañía: los otros niños también la tienen, y los adultos, y los perros y los gatos, y las casas, y las bicicletas. El mundo entero tiene un compañero del que no puede desprenderse. Las sombras son los testigos más fieles de nuestras vidas, y no obstante no tenemos ni idea de la hora en que empezó para cada uno de nosotros ese testimonio. ¿Cómo sería un mundo sin sombras? ¿Más infeliz? ¿Más dichoso?

Es difícil responder a esta cuestión. Pero tenemos una pista en la historia de la pintura. A los pintores, por la razón que sea, les costó incorporar las sombras a su obra, no, obviamente, por insuficiencias técnicas sino, quizá, por un devoto respeto hacia la luz. Mi época favorita -o al menos la que me induce a un gozo mayor-, el Quattrocento toscano, permaneció casi ajena al tratamiento de la sombra. Aquellos maravillosos pintores, que llegaron a saberlo todo del arte de la pintura, se mostraron reacios en el momento de aceptar la sombra. En Ghirlandaio o Botticelli no la hay, como tampoco la hay en el gran Piero della Francesca, para quien todo, los colores y las formas, estaba al servicio de la luz. Estos florentinos, que vivieron en un tiempo atravesado por la violencia y fueron desprejuiciados con respecto a la mayoría de las cosas, demostraron un extremo celo en defensa de la luz. El universo de las sombras debía quedar al margen, sino del mundo sí del mundo ideal que creaba la pintura. Pero cuando se coló la primera sombra en la representación las sombras se apoderaron de todo. Miguel Ángel abrió la puerta hacia la poderosa negrura de Caravaggio, y tras éste las sombras se enseñorearon de la pintura europea.

No sé si aquella pintura florentina ha sido la mejor, pero sí pienso que ha sido la más gozosamente serena. La causa no es tanto la ausencia de sombra sino la negativa a dar un protagonismo radical a la frontera que separa la sombra de...

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