Jaime Reyes: Provocación neobarroca

AutorJosé Javier Villarreal

Una de las voces más reveladoras dentro de la poesía mexicana contemporánea es, sin ninguna duda, la de Jaime Reyes (D.F., 1947-1999).

Sin embargo, pese a estar publicada su obra en editoriales de circulación y de prestigio nacional, su producción es poco frecuentada por la crítica. Su importancia, tanto en propuesta como en repercusión, ha sido desatendida. Mi propósito es revisitar la obra de este poeta fijando mi atención en los poderes expresivos del lenguaje amoroso del que hace uso. Intensidad estética, la suya, que se remonta a las líricas mística y barroca de los Siglos de Oro.

Jaime Reyes, a juicio de Carlos Monsiváis, hace suya la tradición a manera de innovación. Característica ésta de la poesía iberoamericana. Baste recordar las vanguardias de principios de siglo o lo que se ha venido en llamar poesía neobarroca que cierra el 20 e inaugura la recién iniciada centuria.

El poema, en la poética de Jaime Reyes, surge de una tradición que se manifiesta por medio de una desgarradura; de una garra que hiere las intenciones ocultas, los deseos, imponiendo su imperio, desmayando un lenguaje, librando una expresión que revolotee en la asunción de un otro en mí. A esto me refiero cuando hablo de las líricas mística y barroca de los Siglos de Oro en esta poética.

Un destacamento de sensaciones, candentes en su tacto y en su origen, son el aparato nervioso de esta obra. El poema es siempre una imposibilidad, un fracaso, un camino que lleva a lugar incierto; la risa o el llanto que olvidan su origen para tensarse en la liberación de su propia emoción. El poema es la viva coartada del único discurso amoroso del que somos capaces de enorgullecernos en la conmoción misma que suscita. Pero la autosuficiencia nada tiene que ver con esto; hablo de las razones del alma, de los brillos de una anunciación, de un saber que no se sabe cómo bulle por el mundo de la memoria, del tempo lírico.

El yo, epicentro del poema lírico, se dirige a un tú, justificación del canto, del discurso amoroso. Este, el tú, revela una comprensión del yo, del objeto mismo del poema, al evaporarlo en un tú en mí. Acaso "¿Comprender no es escindir la imagen, deshacer el yo, órgano soberbio de la ignorancia?", preguntaría Roland Barthes. El discurso amoroso, al destruir el yo, en un tú en mí, otorga conocimiento no sólo de quien escribe, sino de quien lee. La historia toda en la asperaza íntima que me corona y corroe.

El lenguaje amoroso, que da forma al poema lírico, se...

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