Jaime Sánchez Susarrey / Sentido común

AutorJaime Sánchez Susarrey

En la entrevista que concedió a Reforma (15/II/13), Roberto Campa, subsecretario de Gobernación y responsable del Programa Nacional de Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia, hizo dos afirmaciones notables: 1) la meta de reducir los delitos de alto impacto (extorsión, derecho de piso, secuestro) en 50 por ciento durante el primer año de la nueva administración es inalcanzable; 2) el Programa de Prevención no dará resultados inmediatos, pero sus efectos se podrán medir y cuantificar.

Y en efecto, la realidad es que la violencia y las manifestaciones de descomposición siguen allí. Los últimos hechos: el atentado de policías estatales contra el procurador de Morelos, la violación de las seis españolas en Acapulco, los 2 mil 243 asesinatos en los dos primeros meses del gobierno de EPN, la aparición de policías comunitarias en Guerrero y el incremento del secuestro en 137 por ciento durante el sexenio de Felipe Calderón confirman la gravedad de la situación.

Nadie tiene por qué esperar soluciones milagrosas en unos cuantos meses. El fenómeno de la vio- lencia es de una enorme complejidad. Pero lo que sí preocupa es que el discurso oficial ponga el énfasis en el Programa de Prevención del Delito para marcar la diferencia sustantiva respecto de lo que se hizo durante la presidencia de Felipe Calderón.

La primera objeción es de mero sentido común. ¿Qué se pensaría del jefe un cuerpo de bomberos que ante el incendio de una amplia zona urbana o de un bosque, que exige extinguirlo por todos los medios al alcance, convocara a una conferencia de prensa para anunciar un programa de prevención de fuegos que no tendrá resultados inmediatos, pero sí fomentará una cultura contra la piromanía?

La metáfora se sostiene por sí sola. El fenómeno de la violencia y del crimen organizado ha alcanzado tal gravedad que la tarea inmediata debe ocupar todos los recursos y la inteligencia para combatirlo. En ese sentido, ningún programa de prevención es despreciable en tanto se entienda que la solución del problema no vendrá de allí.

De hecho, el diagnóstico en el que se funda la estrategia de prevención del delito no se sostiene racional ni empíricamente. Racionalmente, porque es de sentido común diferenciar entre lo urgente y lo secundario.

Empíricamente, porque la espiral de la violencia se disparó en el sexenio de Felipe Calderón, pero la pobreza, la marginación y la falta de oportunidades habían estado allí por décadas.

Las cifras no mienten. Entre 1992...

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