Jaime Sánchez Susarrey / Las vegas, Oaxaca

AutorJaime Sánchez Susarrey

Lázaro Cárdenas prohibió el juego en los años treinta. Su argumento derramaba moralina: los casinos son un "foco de atracción de vicios, mafia y explotación por parte de apostadores profesionales".

El decreto en cuestión no explicaba a qué vicios se refería: ¿el juego?, ¿el alcohol? Y mucho menos precisaba el término de explotación. Cuando alguien se sienta en una mesa a jugar blackjack puede ser timado, pero no explotado.

La condenación del juego como un vicio es una generalización inaceptable. Porque ni todos los jugadores son viciosos (compulsivos) ni todos los parroquianos de una cantina son alcohólicos. Aunque se pueda dar por descontado que en los casinos y en las cantinas siempre habrá jugadores compulsivos y alcohólicos.

El Estado, por lo demás, no tiene por qué reglamentar o prohibir a los ciudadanos el ejercicio de su libertad y la elección del exceso que mejor les acomode. Cada individuo tiene derecho a hacer lo que mejor considere, siempre y cuando no perjudique o lesione a otra persona.

Pero además, la historia está plagada de grandes personajes alcohólicos, como Malcolm Lowry, autor de Bajo el volcán, de jugadores empedernidos, como Dostoievsky, y de grandes bebedores -por decirlo suavemente-, como Winston Churchill, que salvó al mundo de la victoria de Hitler -que por cierto no bebía ni fumaba-.

En ese sentido, no sobra recordar la sentencia de William Blake, guía espiritual de los Doors y en particular de Jim Morrison: "el camino de los excesos conduce al Palacio de la sabiduría".

La función de las autoridades en el caso del juego no es prohibir los casinos, sino garantizar que los jugadores no sean timados, es decir, que no haya trampas. De hecho, eso es lo que hace la Secretaría de Gobernación cuando aprueba y sujeta a reglamento la celebración de sorteos.

Piénsese, por ejemplo, en el famoso sorteo del Instituto Tecnológico de Monterrey o en la Lotería Nacional para la beneficencia pública y... de la maestra Gordillo.

La contradicción, por lo demás, sería flagrante: ¿por qué prohibir a los particulares instalar casinos cuando el Estado se faculta a sí mismo para organizar la lotería nacional? ¿O acaso la lotería no es un juego donde se apuesta y el azar decide quien gana?

Quienes proponen la prohibición de los casinos, particularmente después de lo ocurrido en Monterrey, recurren a un argumento adicional. Son lugares, dicen, donde se lava dinero.

Pero todo el mundo sabe que un "lavadero" se puede instalar en cualquier...

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