Jaime Sánchez Susarrey / Victoria

AutorJaime Sánchez Susarrey

Felipe Calderón evocó a Churchill para defender su estrategia contra el crimen organizado. Sin embargo, hace apenas unos meses negó que hubiera sido él quien declaró y definió la ofensiva contra los cárteles como una "guerra".

Dejo de lado la contradicción. Voy a lo esencial: la victoria.

La frase que eligió el presidente de la República define bien el temple del primer ministro británico a principios de los años cuarenta: la estrategia toda se resumía en un solo objetivo: "la victoria, sin menoscabo del terror, cuan largo y duro pueda ser el camino, porque sin victoria no hay futuro".

Y la victoria terminó por llegar. La rendición de Alemania y el suicidio de Hitler fueron hechos casi simultáneos. El Reino Unido sufrió la pérdida de 326 mil soldados y 62 mil civiles a lo largo de casi seis años. Churchill acudió a la conferencia de Yalta el 4 de febrero de 1945 coronado de laureles. Berlín capitularía tres meses después.

Perogrullo. La comparación de la situación de México con la de Gran Breta- ña en los años cuarenta es desmesurada. Durante la Segunda Guerra Mundial, según los cálculos moderados, murieron entre 40 y 45 millones de personas, amén del holocausto y la dimensión planetaria del conflicto.

Pero, de cualquier modo, hay un punto que conviene retomar y desglosar: la victoria como objetivo fundamental de una guerra. En el caso de Churchill el término y el objetivo no eran confusos ni ambiguos. Había que aniquilar, literalmente, al régimen nazi y su líder. Nada más ni nada menos. En el caso de México las confusiones y las ambigüedades son varias. Primero, ¿se trata o no de una guerra? El propio Calderón dice un día que sí y otro que no. Segundo, el enemigo está en casa y tiene penetración y arraigo social. Tercero, Felipe Calderón no tiene la victoria al alcance de la mano. Cuarto, la situación de México es compleja y pedestre.

Conviene, por lo tanto, enumerar qué es lo que jamás ocurrirá. No veremos suicidarse al Chapo ni capitular al crimen organizado. Es obvio, porque hay registro, que la detención o la liquidación de los grandes capos no resuelve el problema, sino puede incluso multiplicarlo y agravarlo.

Tampoco veremos la desaparición o el fin del tráfico de drogas. Mientras las utilidades sigan siendo estratosféricas siempre habrá quien esté dispuesto a correr el riesgo y enfrentar los costos de operar al margen de la ley. Milton Friedman no se equivocaba cuando decía que los capos se comportaban como empresarios que...

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