El Jerry García

AutorGabriel Trujillo Muñoz

Nos gusta venir aquí y compartir sus alimentos macrobióticos y sus discos de vinilo todos rayados y su tocadisco estereofónico y sus carteles de conciertos de rock de Jimmy Hendrix y Cream y The Who. Le decimos el Jerry porque se parece muchísimo a Jerry García, el difunto líder de los Gratefuld Dead. La misma sonrisa socarrona, la misma panza cervecera, la mismísima mirada perdida en los recovecos del ser-más-allá-del-mundo. Todo lo anterior, desde luego, es sólo el decorado, la mínima escenografía necesaria para el verdadero espectáculo. Y es que el Jerry es el mejor, el más consumado contador de historias. Por eso sigue aquí, entre nosotros, porque el día que ya no pueda hilar una nueva historia seguramente se muere.

Así es el Jerry: un cuentero incansable que nunca tiene reposo. Ni él ni nosotros, aclaro. Porque desde que llegamos nos atiende a cuerpo de rey y nos pone todos los servicios de su cabaña a nuestra disposición. Los servicios no son muchos pero valen la pena por su colorido e intensidad; una oferta musical de los años sesenta: insuperable; vinos y alcoholes de todas clases; cigarros, cigarrillos y carrufos venidos desde Colombia hasta Estambul, y lo principal: historias descabelladas, psicodélicas, increíbles. Todas infumables, pero interesantes. Reconozco que nunca nos cansamos de oírlas aunque ya nos las sepamos de memoria. Lo que nos conmueve de sus relatos, donde el Jerry siempre es el protagonista, es que siempre incluye algún giro nuevo o presenta algún personaje que en la versión anterior no aparecía. Eso es lo que nos hace volver cada verano. Es como si estuviéramos deseosos de oír todas, sí, todas las versiones de sus correrías por los años sesenta y que nunca nos cansáramos de escuchar una más con la misma atención que escuchamos la primera.

Casi es un ritual el oír al Jerry García. Nos sentamos en posición de loto a su alrededor, cuando ya es entrada la noche y las estrellas brillan a través de las persianas de su cabaña, y mientras discutimos hechos y sucesos que para otros son trivialidades, el Jerry toma su pipa de la paz, la enciende con gesto parsimonioso, aspira el humo y cierra los ojos. Entonces comienza lo bueno. Los demás guardamos un silencio respetuoso y nos vamos concentrando en sus palabras. O más bien en el sonido de sus palabras. Su voz es profunda y cavernosa. Retumba entre las paredes de madera y desata ecos pródigos. El lo sabe: no es ningún secreto. El lugar escogido para construir su cabaña es...

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