Jesús Silva-Herzog Márquez / Dexiocracia

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

La crisis de México es, también, el mayor desafío para la crítica del poder. Las categorías, las ideas, los cuentos que nos hemos hecho para entender nuestro presente no parecen útiles para comprender la dimensión de nuestro aprieto histórico. Hay que pensar de nuevo. La crisis que vivimos no se detiene en el desplome de la credibilidad de un presidente, no es simplemente un brete del gobierno es, estrictamente, una crisis de régimen. El arreglo político que emergió de una larga secuencia de reformas electorales, eso que llamamos "la transición" parió una criatura grotesca que hoy resulta inaguantable. Es cierto que el paisaje cambió: el partido hegemónico perdió elecciones, los gobiernos locales se liberaron del control central, la izquierda gobierna desde hace lustros la capital de la república, se expandió en ciertos lugares la crítica. Nada de eso es espejismo y, sin embargo, nada de eso es suficiente para lograr una política que asiente la paz, que permita convivencia y que se controle a sí misma.

El encendedor de las elecciones no fue suficiente para implantar un régimen que merezca calificativo de democrático. Tal vez ahí estuvo nuestra ingenuidad. Creer que la alfombra electoral puede extenderse en una casa sin piso. Desenrollar el tapete de las elecciones sobre el vacío del Estado, la burla de la ley y el paño roto de la comunidad. Llegamos a la competencia partidista sin haber cimentado un orden basado en el derecho. Las rivalidades partidistas han instaurado una disputa cínica o bárbara por los dividendos de la política. Dejo el plural para asumir la primera persona del singular al hablar de la ingenuidad de la película imaginada. Pensé que el dispositivo de la competencia instalaría una dinámica virtuosa que tarde o temprano reacomodaría el poder para servir a los electores y para limitar los abusos. No imaginé el paraíso pero sí el ensanchamiento de la representatividad y el control. Ahora entiendo que lo que veía como tareas pendientes de la democracia mexicana eran en realidad, defectos de nacimiento.

Pluralismo sin ley, competencia sin contrapesos, arbitrariedad descentralizada, poderes sin responsabilidad, plutocracia alternante. ¿Qué nombre describe el régimen que padecemos? Dexiocracia, tal vez. Siguiendo la pista de Gabriel Zaid, quien imaginaba para gloria de México una ciencia de la corrupción, podríamos nombrar con esa palabra nuestro acomodo...

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