Jesús Silva-Herzog Márquez / De caricaturas

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Hace un par de meses, la edición internacional del New York Times publicó un cartón del caricaturista portugués António Moreira Antunes sobre la relación entre Donald Trump y Benjamin Netanyahu. El primer ministro de Israel aparecía como un perro guía, al que le colgaba un collar con la estrella de David. Seguía sus pasos el presidente de Estados Unidos, un ciego con kipá. El dibujo, que había sido publicado antes en el Expresso de Portugal, generó indignación entre los lectores del periódico. Muchos lo consideraron una inaceptable burla antisemita. Los editores del diario neoyorquino le dieron la razón a los ofendidos y se disculparon de inmediato. La caricatura es indefendible, dijeron. Cometimos un error al publicarla. Pero no se detuvieron en esa rectificación. Para evitar problemas futuros, decidieron eliminar definitivamente la publicación de caricaturas políticas en su versión internacional.

Resulta revelador que la caricatura haya ocupado el centro de tantas polémicas contemporáneas. Han sido dibujos los que han provocado algunas de las controversias más apasionadas y más violentas de estos tiempos. Algo tienen los monos que provocan la ira de los fanáticos y prestan justificación a los censores. Será su veneno, la imposibilidad de rebatirlas con palabras, la verdad que encierra su simpleza. Lo cierto es que en la caricatura se vive la disputa sobre lo permisible y lo democráticamente indispensable. En las burlas del lápiz se debaten los contornos de la tolerancia, las mesuras de la convivencia, la naturaleza del desacuerdo, el tono del debate.

Toda caricatura es ofensiva. Si no es hiriente es una ilustración. Tras aquella polémica de los cartones de Mahoma, el caricaturista Michael Shaw, escribió en su entrega del New Yorker un aviso a sus lectores: "Disfruta esta caricatura cultural, étnica, religiosa y políticamente correcta con responsabilidad. Gracias". El cartón era un cuadro en blanco. El caricaturista encuentra una deformidad y la explota a placer. Su trabajo es desfigurar a sus personajes, pero, al hacerlo, descubre una facción más profunda que la aparente. En la exageración del perfil se descubre el distintivo único, la personalidad auténtica del sujeto. Su arte es, por ello, el de la desmesura. Y más que ser para él un recurso...

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