Jesús Silva-Herzog Márquez / Hechizo de palabras

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Andrés Manuel López Obrador se habituó a producir realidad con las palabras. Como tenaz dirigente opositor fue capaz de definir la naturaleza del presente y configurar el antagonismo políticamente relevante. Lo hizo hablando. En el decir estaba su acción. Su relato daba cuerpo a una identidad pública. En el indignado recuento del pasado inmediato y en la nostalgia de lo remoto construyó un alegato persuasivo y eficaz que cambió la política mexicana. Mientras predominaban las coincidencias entre los partidos de la transición, él mantuvo, casi a solas, la voz de la discrepancia. Pero, con el paso de los años, su relato fue empatando con una emoción colectiva en expansión. El país fue hablando el lenguaje del opositor. Su vocabulario se convirtió en el vocabulario común. Nos hicimos de sus palabras, repetimos sus ocurrencias, empleamos el chicote de sus insultos, absorbimos el léxico de su epopeya. Ningún político ha tenido el éxito de López Obrador para colonizar nuestra expresión e insertarse en el seno de nuestra racionalidad. Hablamos pejeñol. Este videojuego "no lo tiene ni Obama", decían hasta hace poco los niños, apropiándose de un dicho de campaña. La "mafia del poder" dejó de ser solamente referencia de un grupo político más o menos compacto, para convertirse en el malvado imaginario de todos. El diablo personal era "el innombrable" y el salvador era "ya sabes quién". "Fifí", una expresión en desuso, se convirtió, de pronto, en la voz de moda. Hasta los enemigos del Presidente se describen como "fifís a mucha honra". Y el absurdo de la "Cuarta Transformación", pronunciada así con reverencia de mayúsculas, es una fórmula que emplean hasta los críticos del gobierno, como si existiera tal cosa, como si pudiera el presente fijar su sitio histórico.

Difícilmente puede haber crítica cuando el poder presidencial ha colonizado no solamente las instituciones sino, sobre todo, el lenguaje. No es exageración decir que López Obrador está en boca de todos. Lo está porque se infiltró en nuestro idioma. Porque estamos hablando como si él fuera el autor del nuevo diccionario nacional. No niego el misterioso talento expresivo que hay en ese "poeta del insulto" como lo llamara Gabriel Zaid. Advierto las consecuencias de ese embrujo. No puede decirse que sea un gran orador. No hay ritmo en su discurso, sus recursos retóricos son muy limitados, sus repeticiones son insufribles. Todo, soporíferamente predecible. Pero...

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