Jesús Silva-Herzog Márquez / La ceguera de la impaciencia

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

La pandemia nos ha inundado con profetas. Los vaticinios llegan de todos lados. Los adivinos, al parecer, desayunan con el futuro y nos cuentan con gran soltura cómo será el mundo dentro de unos años. Nos adelantan el perfil de la nueva escuela y el color de la política del futuro. Saben quién ganará las elecciones y cómo se transformará el cortejo. Anticipan con plena certeza los entretenimientos y los rituales del mañana. Con buen juicio, Mark Lilla, el polémico crítico liberal, ha levantado la voz contra esos tecnólogos, políticos o chateadores que nos propinan futurismo en un artículo reciente publicado en el New York Times. Tal vez habría que aprender a guardar silencio. Si todos saben cómo será el mundo después de la pandemia, hay que atreverse a ignorar. Cuando a mí me preguntan cómo serán las cosas cuando reabra el mundo, dice Lilla, yo respondo que no tengo la menor idea.

A los periodistas que van a la caza de una declaración enfática que quepa en un titular, les resulta terriblemente decepcionante la negativa del profesor de Columbia. Pensaban recoger una declaración fulminante de un intelectual connotado y quedan con las manos vacías. Creían que podrían pescar una frase contundente. Algo así como: "la desconfianza biológica estrangulará a la democracia". O "el capitalismo sanitario inaugurará un fascismo antipolítico". Algo digno de un hashtag. A ello se resiste Lilla. No sabe cómo será el futuro, porque eso no existe. Tiene sentido expresar cómo nos gustaría que fuera ese tiempo, pero no anticipar cómo será. El futuro no es un tiempo del que provienen órdenes. La respuesta del autor de un brillante ensayo sobre la religión y la política en Occidente es un rechazo a la racionalidad profética que, en tiempos de confusión, reemerge. Como no sabemos qué pasa, nos consolamos con la ilusión de saber qué sucederá. Si el futuro está en manos de Dios, habrá que atender las revelaciones de los oráculos. Hagamos lo que hagamos, el destino ha sido nombrado por ellos. Esa es la tentación del momento. Nos entretenemos con los vaticinios de los científicos o de los filósofos para imaginar que el futuro existe y que hay alguien que es capaz de conocerlo. Si nuestro destino ha sido revelado ya por los signos de un dios, por los cálculos de algún economista o por las meditaciones de un filósofo, nos corresponde aceptar el...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR