Jesús Silva-Herzog Márquez / El impulso sectario

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Sorprende la renuencia a reformar. No se concibe reformista un gobierno que rechaza la negociación como cobardía de moderados. Las urgencias de este gobierno no están para el trabajo laborioso y preciso del diagnóstico y la elaboración de una propuesta técnicamente viable. El empeño, claro, consistente y eficaz, es destruir todo lo anterior y no perder ni un segundo en analizar si algo que viene de antes tiene algún mérito. El diagnóstico es ideológico y la receta, una demolición. El atractivo de la intervención política es la simpleza. Para desaparecer los fideicomisos basta una aplanadora. Para revisar su funcionamiento, para apretar las tuercas que sean necesarias, para castigar los abusos que hubieran existido es necesario algo más que la furia simplificadora. El recurso se ha usado en varios expedientes: desaparecer antes de examinar. Gobernar con dinamita y sin planos. Demoler los edificios malditos sin detenerse a examinar su solidez, sin siquiera calcular sus aportes. Tirarlos al piso sin advertir dónde caerán las paredes derruidas.

La fruición de destruir expresa el sectarismo hecho gobierno. En llamas, todo lo que los impuros apreciaban. En ruinas, los templos de los infieles. Sus gritos, sus protestas nos alientan. Se rechazan de ese modo las complejidades, los ritmos, las fricciones, las imperfecciones de la negociación buscando la pureza de un proyecto al que no distrae la realidad. Vuelvo aquí a la reflexión del filósofo israelí Avishai Margalit sobre el sectarismo porque el gobierno parece comportarse, con todo y su mayoría, de ese modo. El teórico propone dos imágenes contrastantes de la política. Una es la de la política como economía y la otra es la de la política como religión. Tianguis o templo. La primera imagen pinta todo como mercancía; la segunda, al aferrarse a una idea de lo sagrado, lo convierte todo en intocable, innegociable. Lo que se considera sagrado será, para quienes tienen esta visión religiosa de la política, indivisible. No puede transigirse en algún fragmento del libro sagrado, un pedacito de la imagen venerada. Quien no defiende todo no está en realidad con la causa. Mientras la estampa económica puede resultar aburrida, un supermercado en el que se intercambian tiliches, el cuadro religioso dramatiza el presente...

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