Jesús Silva-Herzog Márquez / El sitio de la autoridad

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

En una entrevista reciente, el escritor Javier Sicilia rechazó que ejerciera poder. "No tengo poder, tengo autoridad", declaró. Su expresión parece sencilla pero tiene un mundo de fondo y merece algún comentario, y una buena discusión. Cuando pronuncia estas palabras, Sicilia no tropieza con ellas. Si alguien conoce entre nosotros el hondo sentido de la palabra "autoridad" es él y la pronuncia con toda seriedad. Advierto que me inquieta el sitio desde el que pretende hablar porque creo que no embona en la conversación de una democracia. Cuando la autoridad habla, todos los demás debemos callar; cuando la autoridad ordena todos debemos suspender nuestro juicio para seguir su bienintencionada prescripción. La conversación democrática es aquella que renuncia a invocar la autoridad. De ello quiero hablar aquí. ¿De qué hablamos cuando hablamos de autoridad? ¿Quién asigna ese título? ¿Cuál es su sitio en la política democrática? ¿Qué significa esa figura en el mundo de las instituciones, las reglas, los procedimientos democráticos? ¿Es compatible esa voz con la conversación del pluralismo?

La autoridad es una forma de mando que se ejerce, en primer lugar, en oposición a la fuerza. Una autoridad no amenaza: convoca obediencia por representar valores superiores, por simbolizar la razón, por encarnar lo divino. La autoridad no está al frente de un ejército sino en posesión de un símbolo. En ello podría tener razón Javier Sicilia: si es capaz de convocar a los poderes de la república no es porque empuñe una granada. Ha logrado tribuna por lo que ha vivido y por lo que es capaz de decir. Pero la autoridad no se entiende solamente en contraposición con la violencia. El lenguaje de autoridad contrasta también con la sintaxis de la persuasión. Quien ocupa ese sitio no habla para convencer porque no se sitúa en el mismo plano de sus oyentes. La autoridad ocupa un sitial, ese asiento para ceremonias que usan, en ocasiones solemnes, las personas de realce. La autoridad no es tuteable: su dignidad lo separa del común de los mortales. Reconocer autoridad es abandonarse a esa palabra que sólo contiene virtud y sabiduría. De recibir una objeción, se desvanecería. Será inerme la autoridad pero también es irrefutable. Así concibe la autoridad Hannah Arendt en un ensayo dedicado justamente a explorar su sentido. Por rechazar la deliberación democrática, por apelar a lo...

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