Jorge Valdano/ 2020: Odisea en el Estadio

AutorJorge Valdano

Jorge Valdano / Ex jugador, técnico, literato y crítico de futbol

En el 2020 el futbol existe y es muy serio. Los estadios ya no son catedrales al aire libre, en donde los ciudadanos asisten a un rito laico un par de veces por mes. Quedan algunos como el Maracaná, en Río de Janeiro, o el Centenario de Montevideo, que la gente visita porque son, al futbol, lo que el Coliseo puede ser al Circo Romano: una antigüedad, un vestigio cultural, un esqueleto de viejas pasiones. Hoy los estadios son parte importante de grandes Centros Comerciales, donde una familia puede pasear, comprar, comer, ver una película o asistir a un partido. El estadio suele estar en el centro mismo de todas las tentaciones imaginables. Es un sitio cerrado, coqueto, de temperatura invariable, con asientos reclinables y televisores individuales. Es en el campo de juego donde las cosas se han puesto difíciles.

Los jugadores jamás discuten las órdenes estrictas que los entrenadores les hacen llegar a través de diminutos auriculares inalámbricos. Esa disciplina franciscana es la virtud más apreciada por los seis entrenadores que, como mínimo, hay en cada equipo. Cada uno de ellos tiene una porción de responsabilidad, de modo que, para dirigir, los entrenadores se reparten un sector del terreno: "dirección zonal", o se reparten jugadores: "dirección personal". Antes del partido se dan una charla técnica entre ellos, que no dura menos de cinco horas, y sólo puede entenderla un iniciado.

Hoy los entrenadores se gradúan en la Universidad de Ciencias del Futbol, tras cinco años de exigentes estudios. La asistencia a clase es obligatoria, el objetivo es enseñar a ganar y las asignaturas no se van por las ramas: "El reglamento y sus trampas", "Las ventajas de la mezquindad", "Futbol: ajedrez de peones", o "La ley de la probabilidad de un pelotazo a cualquier parte".

Aún quedan nostálgicos del Siglo 20, inadaptados que piden delanteros como si el futbol fuera un juego. Se olvidan del penoso destino de los últimos atacantes. Uno abandonó por rotura de fémur, fractura de cuatro costillas y el maxilar dislocado, al chocar con tres defensores simultáneamente cuando intentaban un desmarque sin balón. Otro cayó en una depresión, tras cinco meses y medio sin tocar una sola pelota. El aburrimiento, según el departamento de psicología, le causó daños irreparables. Aun hubo un tercero, díscolo...

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