Jorge Ramos Ávalos / Dos ciudades imposibles

AutorJorge Ramos Ávalos

Venecia y Las Vegas son dos ciudades imposibles. No deberían existir y, sin embargo, ahí están. Una amenaza con hundirse y no se hunde, y la otra sobrevive impune al viento, la arena y el calor en la mitad del desierto.

Por uno de esos extraños itinerarios que sólo aterrizan en las agendas de periodistas desorganizados, hace unos días estaba en Venecia y hoy amanecí en la ciudad donde un gran hotel se inventó en el lobby una grotesca réplica de Venecia, con góndolas y gelato. Imposible compararlas.

Pero si algo tienen en común Venecia y Las Vegas es que ambas desafían la imaginación y la arquitectura. Sus edificios se alzan como un reto al mar y al desierto, como niños berrinchudos que se resistieron a aceptar los obstáculos de la naturaleza y jugando construyeron sus castillos de arena.

Venecia es hermosa y sublime (aunque sus aguas se mezclen con excremento y apesten en el verano). En uno de sus laberínticos canales cayó mi celular, durante una visita previa, y es lo mejor que me pudo haber pasado; dejé de tomar fotos y el mundo exterior desapareció.

En este último viaje me adentré a las zonas donde viven los venecianos, donde el turista se siente perdido y donde la ropa sucia cuelga entre canales. Los jóvenes venecianos tienden a irse por falta de trabajo y porque están hartos de nosotros los viajeros. Pero hay tantos momentos en Venecia en que uno piensa: ¿cómo alguien se va a querer ir de aquí?

La magia en Venecia ocurre cuando, de pronto, estás solo y apenas oyes el agua rebotar suavemente contra las paredes de ladrillo que hace siglos perdieron el rojo. En cada viaje busco esa magia y siempre me he despedido con ese silencio tan veneciano incrustado entre mis orejas.

Venecia, en sus días de gloria como ciudad-estado, hasta se daba el lujo de ser vulgar, con más prostitutas por habitante que muchos imperios y particularmente en carnaval. Pero nada como Las Vegas.

Vegas (el Las se perdió en 1848) es artificial y parece siempre recién hecha. En las mañanas se le ven todas las costuras. Pero en la noche -¡ay, la...

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