Jorge Volpi / También

AutorJorge Volpi

Cuando, el 5 de octubre de 2017, el New York Times dio a conocer las primeras acusaciones contra Harvey Weinstein, a las que se sucedieron las denuncias de Ashley Judd, Angelina Jolie o Salma Hayek, dio inicio una auténtica revuelta cultural cuyas consecuencias, a un año de distancia, aún resultan imprevisibles. Desde que Alyssa Milano popularizó el hashtag #MeToo, iniciado una década atrás por Tarana Burke -mientras en Francia Sandra Miller hacía lo propio con #BalanceTonPorc-, las distintas violencias sufridas de manera cotidiana por las mujeres han alcanzado una visibilidad inusitada. Sólo por ello habría que reconocer su valor: impulsadas por estas figuras, miles de mujeres se han atrevido por primera vez a contar sus experiencias de acoso o violación, silenciadas o minimizadas en el entorno machista en que nos hallamos.

Quizás no se necesitaba de semejante revulsivo para saber que existe hoy, en todo el planeta, una violencia estructural hacia las mujeres derivada de siglos de usos y costumbres impuestos por los hombres, pero #MeToo ha sido crucial para no permitir que la olvidemos. Las prácticas de desigualdad se encuentran tan arraigadas que, si bien en "Occidente" los avances han sido vertiginosos gracias a las luchas feministas, aún quedan incontables pendientes, sea en la disparidad de los sueldos, la discriminación o los crímenes contra mujeres justo por ser mujeres, y en la impunidad que cobija a los criminales, sobre todo en países como México.

Como cualquier revulsivo, #MeToo ha generado tanta admiración como críticas. Si las acusaciones mediáticas vertidas contra cientos de personas -en su mayoría hombres- al calor del movimiento resultan tan incómodas se debe a que, como en todos los grandes conflictos éticos, provoca el enfrentamiento entre dos valores contrapuestos: de un lado, la necesidad de exponer los incontables abusos -del acoso a la violación- que han quedado en silencio y, del otro, preservar el debido proceso.

Es en este punto donde los extremos a favor de una u otra postura se han tornado irreconciliables. Hay quienes argumentan que nuestros sistemas de justicia no funcionan -el caso mexicano es evidente- o que han sido diseñados desde una óptica heteropatriarcal destinada a proteger a los perpetradores, y por tanto la única salida...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR