Jorge Volpi / El alivio del gris

AutorJorge Volpi

Aburrido. Formal. Monocorde. Gris. Un hombre que ha pasado su vida entera en los entretelones de Washington. Apacible. Dialogante. Y predecible. Sobre todo eso: predecible. Joseph Biden es, en efecto, el reverso no solo de Donald Trump, sino de la larga lista de líderes cuyo mayor mérito consiste en presentarse como outsiders. No es extravagante. No es parlanchín. No subvierte día con día las normas de su entorno. No grita. No vocifera. No insulta. Sus detractores dirán que es la encarnación misma del sistema. Acaso lo sea. El peor de los insultos: un político profesional. El último sobreviviente de esa casta que, hace apenas unos meses, se creía extinta. El modelo mismo de la aburrición.

¿Cómo es posible que alguien tan anodino haya podido ganar la Presidencia de Estados Unidos -por millones de votos, aunque sean solo decenas de miles en los estados clave- a la más estrafalaria, irreverente e imprevisible figura pública de nuestro tiempo? ¿Qué significa esta insólita victoria de la moderación frente al exceso? Desde la primera victoria de Silvio Berlusconi en Italia, a mediados de los años noventa del siglo pasado, el ascenso de personajes estrambóticos provenientes de ámbitos distintos a la política profesional -empresarios, periodistas, celebridades mediáticas, deportistas- ha sido imparable, prueba del hartazgo de nuestras sociedades hacia las élites que siempre nos han gobernado.

Pero la frustración produce monstruos. Y eso es lo que ha ocurrido, una y otra vez, desde entonces: países tradicionalmente administrados por los mismos grupos de poder -y, en buena parte de los casos, saqueados por esos mismos grupos- optan por ponerse en manos de quienes prometen acabar con esa acomodaticia y turbia especie de burócratas. Por quienes aseguran que limpiarán el pantano de Washington o de Roma o de Manila o de Caracas o de Budapest o de Bruselas o de La Paz o de Quito o de la Ciudad de México de su inmundicia.

A diferencia de los políticos profesionales, ellos sí representan los intereses de quienes se han quedado fuera del reparto del poder o la riqueza. No es que, en principio, les falte la razón. Con frecuencia, aciertan en su diagnóstico: en todas partes, las élites apenas hacen otra...

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