Jorge Volpi / Los tres simios místicos

AutorJorge Volpi

Sobre la puerta del venerado santuario de Tosho-gu, en las afueras de Nikko, en Japón, el escultor Hidari Jingoro realizó en el siglo XVII la más célebre -e imitada- reproducción de los llamados "tres simios místicos", Mizaru, Kikazaru e Iwazaru, cuyos nombres significan no ver, no oír y no decir. Provenientes de una antigua leyenda de origen chino, retomada luego por la tradición confuciana, se les asocia con un modelo ideal de conducta que conmina a no ver, no oír y no decir el mal (en otras representaciones, un cuarto mono, Shizaru, explicita el precepto de no hacer el mal). Como suele ocurrir cuando un icono transita de una cultura a otra, en Occidente los tres monos hoy simbolizan a sus contrarios: quienes no quieren ver ni oír el mal, aunque esté frente a ellos, y quienes prefieren callar antes que reconocer sus errores.

El México de las últimas semanas parece el reinado de estos tres simios indiferentes y obcecados, incapaces no sólo de ver u oír el mal que ellos mismos han perpetrado, o de referirse al que contamina hasta los últimos rincones de nuestra sociedad, sino de aceptar otra concepción del mundo que la propia, como si en vez de ser políticos humanos fuesen los infalibles dueños de la Verdad. Cada uno de ellos, así como las hordas que los glosan y veneran, defiende una posición única y excluyente, ciega, sorda y muda frente a las ideas de los otros, provocando que quienes no somos sus fervientes o interesados servidores -la mayor parte de los ciudadanos- estemos obligados a observar cómo guerrean mientras el país se desangra sin remedio.

Peña Nieto no ve el mal por ninguna parte. Para él, como para sus comparsas en la prensa o el Tribunal Federal Electoral, México es una democracia perfecta e impecable, donde no sólo no hay lugar para manipulaciones y fraudes, sino donde ni siquiera es válido albergar la menor duda sobre la eficacia o la transparencia de nuestras instituciones. Escudados en una legalidad defectuosa -y en las torpezas jurídicas y retóricas de sus enemigos-, Peña y sus adláteres se muestran como amos absolutos del país. Quienes los cuestionan no merecen sentarse a su mesa: son perversos o totalitarios, falsos demócratas y malos perdedores. Que numerosos ciudadanos cuestionen sus métodos, señalen sus vicios o exhiban sus turbiedades les tiene sin cuidado. La legitimidad les pertenece y lo demostrarán como les plazca. Para ellos, no vale la pena reconocer la diversidad o llamar a la reconciliación: los...

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