Jorge Volpi / Triste Guerra Fría

AutorJorge Volpi

Poco después de que el 4 de noviembre de 1956 dos columnas de tanques penetrasen en Budapest a fin de aplastar la revuelta que buscaba sustraer a Hungría del Pacto de Varsovia, Estados Unidos y sus aliados se apresuraron a condenar la maniobra -con escasa vehemencia, pues casi al mismo tiempo Francia y Gran Bretaña habían irrumpido por la fuerza en el Canal de Suez-, exigiendo el retiro de las tropas soviéticas. En las siguientes semanas, la retórica del "mundo libre" se tornó cada vez más inflamada, al tiempo que el control soviético sobre su satélite se volvía un fait accompli. Pese a los intentos de llevar el caso a Naciones Unidas y de formar una comisión que investigara los hechos, el temor a una conflagración atómica impedía que Occidente pudiese intervenir en el ámbito de influencia de su antiguo aliado.

No es casual que la reciente invasión de Crimea parezca resucitar los fantasmas de esos tiempos: por primera vez desde la eclosión de la URSS, Rusia ha decidido apoderarse de facto del territorio de una nación soberana mientras Estados Unidos y la Unión Europea se conforman con anunciar débiles represalias. A la hora de analizar el conflicto, la mayor parte de los analistas fijan sus miradas en Vladímir Putin, a quien presentan como una suerte de matón profesional que, sin eludir su condición de agente del KGB, se muestra obsesionado con devolverle a Rusia su antiguo imperio a cualquier costo. Las mismas voces que hace unos meses celebraban su habilidad para impedir la incursión de Estados Unidos en Siria -la cual incluso le granjeó su nominación al Nobel de la Paz-, ahora lo presentan como el único responsable de la crisis. Pero, tal como ha demostrado desde que sustituyó al errático Borís Yeltsin, Putin no es ni un palurdo ni un demente. Al contrario: pocos hombres de poder se han acomodado mejor al nuevo orden multipolar.

En cualquier caso, las diferencias entre esta nueva Guerra Fría y la original son demasiado profundas. A diferencia de entonces, hoy Rusia no representa un modelo ideológico contrario al de Occidente, sino su paradójica exacerbación. Cuando la URSS se autodestruyó en 1991, Rusia y sus antiguas dependencias fueron el mayor campo de ensayo de la utopía neoliberal encabezada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Allí, más que en ninguna otra parte, los mercados fueron dejados a su arbitrio, libres de cualquier regulación, al tiempo que el Estado era reducido al mínimo. El resultado: un...

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