Jorge Volpi / Ver la muerte

AutorJorge Volpi

Sabemos que algo obsceno, procaz, se extiende sobre nosotros cuando nos atrevemos a contemplar la muerte. En el momento en que no conseguimos vencer nuestra curiosidad y nos asomamos a un accidente en la carretera o levantamos la tapa de un féretro nos invade una sensación de vacío, como si no pudiésemos desterrar de nuestras mentes la idea de que cometemos un sacrilegio o de que nos internamos en un territorio vedado. Ver la muerte nos recuerda, por supuesto, nuestra propia condición mortal: de allí el escalofrío, pero también la secreta urgencia de mirar lo que no ha de mirarse, de observar ese cadáver en el que habremos de convertirnos.

Hasta hace poco, las reglas para ver a los muertos resultaban tan precisas como severas en todas las culturas: obsesionadas con la vida ultraterrena, las religiones prescribían que los vivos debían acompañarlos en su trayecto. Fuera del espacio sagrado de la cremación, el enterramiento o el sepelio -del duelo-, sólo los cadáveres de los criminales podían ser exhibidos: de allí que Antígona estuviese dispuesta a condenarse con tal de darle digna sepultura a su hermano. Los cuerpos putrefactos de asesinos, asaltantes o revolucionarios debían servir como ejemplos de lo que podía pasarle a cualquiera que osase romper las normas del Estado.

A partir de la invención de la fotografía en el siglo XIX, la posibilidad de ver a los fallecidos se multiplicó, al grado de que pronto hubo quienes se enriquecieron retratando cadáveres. Desde entonces nos hemos acostumbrado a observar la muerte a diario, no sólo a través del caudal de imágenes que nos la presentan en los diarios, el cine, la televisión o Internet, sino incluso en la manera como acostumbramos a nuestros hijos a matar a cientos de personajes de videojuegos y a contemplar, sin el menor dejo de pudor, a sus víctimas virtuales.

Y, aun así, de vez en cuando la muerte consigue volver a estremecernos e indignarnos, arrebatándonos de nuestra indiferencia por unos segundos. En las últimas semanas, dos de estas imágenes han provocado un sinfín de polémicas. Apenas extraña que algunos prefieran no mirarlas y que otros, en teoría perturbados por sus efectos, exijan que no se difundan y no sean contempladas, demasiado conscientes de la obscenidad de la que hablaba al principio, pero sin darse cuenta de que sólo ellas podrían trastocar las condiciones que las provocaron.

En el primer caso, un periodista negro, quien supuestamente habría sido discriminado por...

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