Jorge Volpi / La voz del superhéroe

AutorJorge Volpi

Si Hollywood es un monstruo que todo lo devora o, más bien, que nos devora a todos, los Óscar son su exitoso intento de lavarse la cara. Como si, salvo excepciones que siempre suenan a migajas, el cine sólo pudiese ser producido y premiado en ese rincón que se divide entre Los Ángeles y Nueva York. Y como si, en una industria que se dedica a obtener ganancias -nada que reprocharle-, y a contagiar el American Way al resto del planeta, el arte tuviese una posición privilegiada. Así, en un espectáculo tan aséptico como aburrido, millones quedan encandilados por el glamour y la falsa idea de que allí se decide algo que importa.

Sólo por ello habría que olvidar las vanas polémicas que nos han entretenido en estos días -¿es Birdman mexicana?, ¿fue racista el chiste de Sean Penn?-, e incluso las lúcidas palabras de Alejandro González Iñárritu, para centrarnos en lo único relevante: una película que no podría entenderse sin Hollywood pero que, sin hacer una sola concesión, se alza como una de las más profundas discusiones de sus valores y presupuestos. Y, al hacerlo, se convierte en una reflexión universal sobre la creación, la autoconciencia, el fracaso y el amor.

A diferencia de la mayor parte de los directores extranjeros integrados en el sistema, González Iñárritu ha conseguido que una auténtica obra de arte -y algo más difícil: una comedia ácida e inclemente-, que se distancia sin miramientos de la industria del cine, sea unánimemente ensalzada por esa industria. No es un logro menor: habla de la sensibilidad del director mexicano para ubicarse en el mainstream y, con una brillante mezcla de pasión y crítica, desmontarlo desde esa posición.

Una y otra vez ha dicho González Iñárritu -G. Iñárritu, en los créditos- que el tema central de Birdman es el ego. La manera como el yo o el superyó le habla al artista y lo obliga a hacer lo que no desea, movido por la vanidad o seducido por las voces de los otros, ese público que a diario lo aplaude o abuchea. Un aliento zen se filtra en esta cosmovisión -no es casual que una cabeza de Buda aparezca en el estudio de Riggan (Michael Keaton)-, y la contradicción entre la riqueza del mundo interior y la banalidad del mundo exterior anima los conflictos de todos los personajes.

Riggan es, al mismo tiempo, triunfador y perdedor: se ha vuelto célebre por caracterizar a Birdman en una de las tantas franquicias de superhéroes que obsesionan a los estadounidenses, y a la vez se avergüenza de haberse...

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