José Woldenberg / El dios Tonenili

AutorJosé Woldenberg

A la desgracia de la muerte tenía que seguir la desgracia de la especulación.

Dice El pequeño Larousse que por desgracia debemos entender un "suceso o acontecimiento funesto", un "mal que constituye un perpetuo motivo de aflicción". La muerte de todos aquellos que viajaban en el avión de la Secretaría de Gobernación o de los que por azar perdieron la vida al estar cerca de donde ocurrió el impacto es una desgracia: un acontecimiento funesto que por supuesto deja una estela de desconsuelo, sobre todo entre los familiares, amigos y colaboradores de las víctimas.

Pero la especulación que se desató después es para mí un "mal que se constituye en un perpetuo motivo de aflicción". Se trata de una fórmula consagrada en los medios, de un recurso para llenar los silencios que se producen en las conversaciones, del mal arte de hacer a un lado la información para substituirla por "cábalas", en el sentido de conjeturar, suponer, sospechar (otra vez El pequeño...).

Esa especulación tiende a llenar el espacio de la opinión y a nublar el clima del debate y la información públicos. Sirve para medrar, para dar gato por liebre, para que el emisor destaque momentáneamente o sólo para jugar. Pero en todos los casos enturbia el ambiente y genera todo tipo de suposiciones... entre más descabelladas, parece, mejor. Es un resorte bien aceitado y un platillo que goza, para mi desconcierto, de enorme demanda.

La especulación es una respuesta natural a la falta de información, a la opacidad. Y aunque por lo que alcanzo a ver, no es el caso, el solo hecho de que las pesquisas sólo puedan ofrecer resultados definitivos luego de largas semanas (quizá meses) sirve para lubricar con muy buen combustible la espiral de conjeturas. No obstante, en más de una ocasión y a pesar de que existe información vasta y cierta, la especulación se alimenta con facilidad. No es del todo cierto que la relación entre informar y especular sea de "suma cero".

Hay quien especula sólo para pasar el rato. Quien poseído de un cierto espíritu deportivo o lúdico, quiere ponerle un poco de pimienta a la plática. No le interesa demasiado el tema, sino tener un juguete para distraerse. Hay quien es una máquina de conjeturas porque las entiende como fórmulas para aparecer como más inteligente que el resto. Aquellos que "creen" las versiones oficiales suelen ser, a sus ojos, bobos, crédulos. Por el contrario, él es capaz de trascender esas versiones y construir otras donde siempre aparecen las...

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