José Agustín / Vivir en el cielo

AutorJosé Agustín

Yo pertenezco a una familia de pilotos aviadores. Mi padre, mi hermano, mi tío, su hijo y cuando menos dos de mis sobrinos se dedicaron a la aviación. Por si fuera poco, mi padrino de bautismo, el capitán Carlos Rodríguez Corona, en los años 1950 comandaba un vuelo en el cual Paco Sierra, esposo de Esperanza Iris, documentó una bomba en el compartimento de equipaje para cobrar un jugoso seguro que contrató para todo un grupo de sus trabajadores. La bomba explotó en el aire, pero mi padrino salvó a los pasajeros y al avión, por lo que poco después se le otorgó una medalla en honor a su heroísmo.

Ser aviador siempre se me hizo el colmo de la buena onda. Yo no lo fui porque mi vocación literaria era irrebatible, pero, de niño, lleno de orgullo, respondía "piloto aviador" a la clásica pregunta: "¿Qué hace tu papá?". Obviamente, hay profesiones míticas, pero el aviador pasa gran parte de su vida en el cielo ante pruebas y peligros que desafían su carácter y que le permiten contemplar vistas espectaculares, enaltecedoras. Esto no ocurre tanto con los pasajeros, porque nuestro punto de vista es limitadísimo, las más de las veces empañado o incluso rayoneado, pero, aún así, desde aviones yo he gozado paisajes maravillosos, como la cordillera y los valles contiguos a Saltillo, que parecen trazados con regla por un artista serial, o la esbeltez sensual de Baja California, el Mar de Cortés en el centro y los desiertos de Sonora, que ciertamente inspiran respeto. O la grandeza inenarrable de los volcanes: el Popeye, la Iztla, el Pico de Orizaba, el Aconcagua.

Para desgracia de nosotros, los pasajeros, incluyendo a los de primera clase, lo que vemos es poco y la tripulación de cabina tiene la primera fila, de honor, para los espectáculos inconcebiblemente hermosos, trascendentes, transformantes, transportantes. O metanoicos, es decir, que pueden hacer cambiar tajantemente el sentido de la vida. Deberían transmitirse al pasaje por los monitores y no nada más las gazmoñas películas que pasen. Que nos den el punto de vista del piloto. Sólo un astronauta enfrenta vistas más desafiantes aún.

Sé de qué estoy hablando y voy a dar solamente dos ejemplos. Casi llegando a San Antonio, el avión en el que viajaba de plano no pudo aterrizar a causa de una tormenta eléctrica. No había lluvia, ni viento, sólo espectaculares relámpagos y rayos que iluminaban las demencialmente bellas y catedralicias formaciones de nubes inmensas. Este show, que duró casi tres horas y...

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