José Núñez Castañeda / Una vieja lección

AutorJosé Núñez Castañeda

Eduardo García Maynez enseñaba a sus alumnos que puede existir un derecho formalmente válido, aprobado con todos los requisitos que la Constitución establece y que al mismo tiempo sea un derecho intrínsecamente válido, es decir, integrado por normas justas, pero que no sea cumplido por los particulares ni aplicado por el poder público. Ese derecho es letra muerta. En cambio, puede existir un derecho que no sea formalmente válido, pero injusto, o un derecho que no sea formalmente válido y que, sin embargo, el poder público lo aplique.

Ahora que tuve la maravillosa oportunidad de estar en la marcha más numerosa de la historia de la Ciudad de México recordé las palabras del maestro, cuando leía en unas mantas la exigencia de penas más severas, de pena de muerte o de reforma a las leyes para combatir la inseguridad. Recordé que de nada sirve tener las mejores leyes si el poder público no las aplica o las aplica selectivamente. No cabe duda de que una buena ley en manos de un mal juez se transforma en una ley injusta y arbitraria. Mucho avanzaríamos en la lucha contra la delincuencia si se aplicaran las leyes que ya existen. No podemos decir que tenemos leyes malas si ni las hemos estrenado.

Recordé también que me tocó vivir otras épocas de la Ciudad de México, cuando podíamos los jóvenes caminar por las calles de la Colonia Roma a las doce de la noche o a la una de la mañana sin temor alguno; cuando los rateros eran "decentes" y robaban sin herir, sin lastimar y sin matar. Los tiempos han cambiado y existen ahora delincuentes de más alta peligrosidad y de enorme poder económico, como los grandes contrabandistas, los tratantes de blancas, los traficantes de niños, los vendedores de drogas, los dedicados al robo y venta de vehículos. Su dinero es y ha sido capaz de comprar la conciencia de servidores públicos encargados de darnos seguridad. Volví a pensar en la seguridad que viví en mi infancia y añoré al ratero que robaba carteras o quitaba bolsos a las mujeres sin dañarlas. Con cariño contemplé la imagen del zorrero que entraba a las casas y robaba sin despertar a quienes allí vivían.

La gigantesca marcha sacudía las conciencias y ahí estábamos centenares de miles...

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