José Woldenberg / 'Rashomon'

AutorJosé Woldenberg

¿Imagina usted a Miguel Alemán debatiendo con Ezequiel Padilla en 1946? No, porque no había televisión. Pero el debate tampoco hubiese podido ocurrir a través de la radio, porque los "herederos de la Revolución" no sentían la necesidad de discutir con nadie y porque además la oposición era extremadamente débil. En 1958 ya había televisión, pero a nadie se le ocurrió pensar que Adolfo López Mateos debía debatir con Luis H. Álvarez. Uno estaba condenado a la victoria, el otro a la derrota.

No es casual que el primer debate entre candidatos presidenciales se haya producido en el momento en que el proceso de transición democrática estaba suficientemente adelantado. En 1994 -luego de las traumáticas elecciones de 1988- las fuerzas políticas se habían equilibrado, pero sobre todo nadie podía dejar de reconocer la legitimidad de sus adversarios. Era la pluralidad política que recorría al país la que se expresaba a través de los distintos aspirantes y su conjunto develaba a la diversidad ideológica de México.

Aquel debate fue la punta de un iceberg. El asentamiento paulatino de la coexistencia y expresión de la diversidad, la fórmula civilizada a través de la cual distintos diagnósticos y propuestas se enfrentaban, el reconocimiento de que nadie estaba solo en el escenario, en suma, que los tiempos de la pluralidad habían arribado. Aquel enfrentamiento entre Ernesto Zedillo, Diego Fernández de Cevallos y Cuauhtémoc Cárdenas le dijo a la nación: "Nos reconocemos -unos a otros- como actores políticos legítimos con auténtica implantación en el país, la hora de la hegemonía de una sola fuerza ha quedado atrás, de ahora en adelante será necesario aprender a convivir en la diversidad". Y si a ello sumamos la tensión que se vivía entonces como producto de la irrupción de la violencia (el levantamiento del EZLN y el asesinato de Luis Donaldo Colosio), el debate fue un claro mensaje de coexistencia dentro de la pluralidad. Ese evento tuvo un enorme significado político e incluso pedagógico.

También en el año 2000 hubo debates, con lo que lo excepcional se empezó a convertir en rutina. Una rutina sana, connatural a los procesos electorales y a la convivencia -siempre tensa y contradictoria- democrática.

Por ello resultó lamentable que ahora en el primer debate no estuviera presente Andrés Manuel López Obrador. Ni la idea pragmática que postula que quien se encuentra arriba de las encuestas tiene mucho que perder y poco que ganar, ni menos aún la suposición...

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