Juan E. Pardinas / Colgar a Saddam

AutorJuan E. Pardinas

Sólo una vez en mi vida tuve la oportunidad de conversar con Octavio Paz. La charla fue por teléfono y duró como 90 segundos. Yo trabajaba en un proyecto para editar un libro, donde autores de todo el mundo expresarían su rechazo contra la pena de muerte. Mi misión principal consistía en hacer una llamada telefónica para convencer al Nobel mexicano de participar en la iniciativa editorial. Paz contestó la bocina y procedí a explicar brevemente el propósito de mi llamada. Una vez que terminé mi exposición vino un largo silencio que sólo se interrumpía con el sonido de su respiración. Los segundos se sucedían lentísimos, hasta que Paz finalmente rompió la pausa con una pregunta: ¿Si usted hubiera podido matar a Hitler o a Stalin, lo hubiera hecho? -Híjole, no lo sé, atine a revirar. La verdad, yo tampoco -respondió el poeta-, así que me temo que no puedo ayudarlo. Fin de la conversación.

El diálogo fugaz me dejó una crisis existencial: Las razones éticas de quitarle la vida a los dos más grandes villanos del siglo pasado me resultaban evidentes. Si asesinar a estos dictadores era moralmente aceptable, entonces mi posición contra la pena de muerte no era tan sólida como yo mismo suponía.

En la galería del horror histórico, Saddam Hussein ocupa un lugar privilegiado. El ex tirano iraquí fue el primer líder político que ordenó un ataque con armas químicas contra su propia gente. En marzo de 1988, aviones del ejército iraquí dejaron caer bombas de gas letal sobre el poblado de Halabja, que provocaron la muerte casi instantánea de 7 mil personas. Esta matanza es sólo un renglón de su vasto currículum criminal. Ni siquiera el patíbulo resulta un castigo proporcional para semejante maldad.

Una de las razones que motivaron la malograda invasión a Iraq fue la idea de sembrar la semilla de la democracia en el mundo árabe. Más que el sufragio efectivo y las elecciones libres, la democracia es una manera de ponerle límites al poder de los gobernantes. Las riendas que frenan la autoridad del gobierno son las llaves que dan libertad a los individuos. Un Estado con poder ilimitado puede confiscar tu patrimonio, sancionar tu religión, escoger los libros que no debes leer y cambiar el orden de tu abecedario. El periodista...

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