Juan E. Pardinas / Impunidad popular

AutorJuan E. Pardinas

¿Será el clima un factor determinante para que un país alcance la prosperidad? Por algunos años se pensaba que un invierno duro era un acicate ideal para el desarrollo económico: la gente tiene que trabajar en el verano y ahorrar provisiones suficientes para los meses de frío. Se creía que esos esfuerzos a bajas temperaturas eran motores de generación de riqueza. La teoría del clima empezó a hacer agua en Asia cuando Singapur, Taiwan y Hong Kong comenzaron a crecer en climas templados.

Entonces la varita mágica se buscó en la cultura y la religión. La ética protestante explicaba el éxito del capitalismo en Occidente. Clásicos de sociología y una industria de tesis doctorales florecieron a la sombra de esta frondosa hipótesis. En las últimas décadas del siglo XX, las múltiples excepciones cuestionaron la solidez de la regla. Los japoneses son shintoistas y budistas a la vez, los chinos veneran la filosofía de Confucio como un dogma y los irlandeses se consideran profundamente católicos. Todos estos países crecieron de forma envidiable a pesar de prender incienso y asistir los domingos a misa. Entonces tenía que ser la geografía costera. Afganistán, Bolivia y Nepal no tienen acceso al mar y son países pobres. En Tajikistán están doblemente aislados, no tienen ventana al mar y tres de sus cuatro países vecinos, tampoco colindan con ningún océano. Por lo tanto, la ausencia de litoral es una condena al subdesarrollo. Pues no. Hasta ayer por la tarde Suiza no tenía ni playas ni costas, ni muelles, ni problemas de pobreza. Haití es una isla en el Caribe y un sinónimo de penuria y necesidad.

En su libro, ¿Por qué fracasan las naciones? Daron Acemoglu y James Robinson superaron estos esfuerzos de alquimia intelectual para forjar la explicación más cercana a una bala de plata. No es la geografía, el clima o la religión. Las instituciones construidas y administradas por los seres humanos son el principal determinante del éxito o naufragio económico de los países.

Resulta deprimente leer a estos autores a la luz del México de 2013. Pocas señales tan ominosas sobre el futuro de nuestro país como la frecuencia en que nuestras propias autoridades se vuelven en garantes de la impunidad. Los encargados de redactar las leyes y garantizar su cumplimiento encuentran atajos y subterfugios para evadir las reglas que deberían cumplir.

A fines de diciembre, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal reformó el código penal para permitir la libertad bajo fianza...

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