Juan Villoro / El combate individual

AutorJuan Villoro

La luna fue el primer cine de la historia: la gente alzó la vista para contemplar una pantalla circular que mudaba de aspecto. "O fortuna velut luna", comienzan los cantos gregorianos musicalizados por Carl Orff en Carmina Burana. La fortuna cambia como la luna.

Borges comparó la lengua alemana con dos milagros intangibles: "el álgebra y la luna". Sin embargo, hace cincuenta años, la mitología selenita cambió por completo. El satélite de la Tierra dejó de ser el destino al que sólo llegaban los poetas. El Apolo XI alunizó en un páramo golpeado por las rocas del cosmos. La magia se disipó en favor de la épica y los dioses antiguos fueron relevados por célebres hombres de acción. Surgió una época en la que "los astronautas tenían nombres", como escribió Rodrigo Fresán.

Antes de eso, los pilotos se habían desplomado en mares, guerras y desiertos sin adquirir mayor reputación (o la habían adquirido por proezas paralelas, como Antoine de Saint-Exupéry, el ignorado cartero aéreo que trascendió por sus escritos hasta que su último avión se hundió en el Mediterráneo). El hombre que había roto la barrera del sonido, Chuck Yeager, era visto por sus colegas como un cowboy del rodeo celeste, pero pocos sabían de su existencia, y los kamikazes se habían inmolado como un "viento sagrado" sin que nadie reparara en sus nombres.

Todo cambió cuando la disputa entre Estados Unidos y la Unión Soviética se alejó de la corteza terrestre para competir por la supremacía del cosmos. En su titánica crónica sobre el Proyecto Espacial Mercury, The Right Stuff (traducida como Lo que hay que tener o Elegidos para la gloria), Tom Wolfe narra la aparición de los nuevos héroes del imaginario colectivo. No fue fácil que la comunidad aeronáutica valorara a los pilotos que usarían pañal para adulto y recibirían órdenes desde Houston. Para aviadores como Yeager, los tripulantes del espacio exterior tendrían la capacidad de decisión de un chimpancé.

Moscú y Washington pensaban diferente. La carrera armamentista amenazaba con llevar al planeta a un apocalipsis en el que sólo sobrevivirían las cucarachas. Wolfe recuerda que desde el origen de los tiempos los ejércitos acudieron a un remedio para no aniquilarse por completo: el combate individual. En vez de sembrar el campo de batalla con miles de cadáveres, elegían representantes para disputar en...

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