Juan Villoro / Un cuento moral

AutorJuan Villoro

Lo llamaré Charly Girón, aunque en el mundo de los hechos gana becas con otro nombre. Cuando lo conocí vestía enteramente de negro. A su lado, quien usara una prenda de color parecía pertenecer al enemigo. Charly quería poner bombas para ser famoso y convertirse en un ícono digno de decorar camisetas, sin pasar por las molestias de la clandestinidad. Su insurrección merecía inmediato reconocimiento de las demás fuerzas beligerantes, es decir, del público.

Trabajaba en una agencia de publicidad donde inventaba motivos para que la gente comprara lo que no le conviene. Esto no le parecía contradictorio con su temperamento radical. Además, necesitaba dinero para ropas negras.

Los fines de semana escribía cuentos sobre su vida interior. Por desgracia, sus anuncios de jarabes para la tos eran más convincentes que sus relatos. Al darse cuenta de esto, decidió promoverse como un jarabe para la tos. Fue a las presentaciones de autores reconocidos y los abordó con voz meliflua, fingiendo que los idolatraba. Les mandó sus manuscritos con dedicatorias obsecuentes, esperando que lo recomendaran a alguna revista.

En México, los logros literarios apenas se distinguen del fracaso. Publicar un libro es tan excepcional que no importa cómo circula (quien vende dos mil ejemplares califica como bestseller en un país con ciento treinta millones de habitantes). El caso es que Charly logró colarse. Era poco conocido, pero "estaba ahí".

Sus técnicas de autopromoción lo llevaron a cortejar a un célebre novelista afecto a los jóvenes. Así logró publicar en una selecta editorial. La seducción hubiera sido menos aviesa si después de recibir el contrato por mensajería, Charly hubiera cumplido la parte corporal que le correspondía, pero huyó antes de que eso sucediera, con argumentos de orgullo machista que le permitieron sentirse como el Che Guevara.

Su sed de notoriedad se alimentaba de carencias comprensibles (el abandono de la madre, la infancia en un pueblo sin otro estímulo cultural que una cancha de basquetbol, orejas de vampiro, calvicie prematura). En su caso, el arribismo coexistía con la negación de los demás: odiaba a la gente de la que dependía. "Si te detesta, es porque le hiciste un favor", me dijo alguien que lo había tratado lo suficiente.

No creo perder el tiempo al describirlo, pues representa un ubicuo arquetipo...

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