Juan Villoro / El error productivo

AutorJuan Villoro

Para fortuna de los países complicados, la suma de los errores puede tener efectos positivos. Pongo de ejemplo la fiesta sorpresa de mi amigo Chente, que cumplía cincuenta años ofrendados al rock. Decidimos agasajarlo en casa de su padre. El problema era mantener el festejo en secreto. Quienes reciben entrenamiento en la CIA, la KGB o la Legión de Cristo conocen las virtudes del silencio y afrontan sin problemas el desafío menor de no mencionar el cumpleaños del próximo sábado. No pasa lo mismo con quienes sobrellevan sus excesos con el maravilloso bálsamo del olvido. Una de las frases más conocidas de la escena del rock es: "Si te acuerdas de los años sesenta es que no estuviste ahí". A diferencia de las redes sociales, que conservan en su almacén de la ignominia todo lo que alguna vez pusiste ahí, el cerebro se alivia a sí mismo borrando algunas cosas (o algunos años). Las drogas son menos eficaces para esto que la voluntad; lo importante no es aniquilar recuerdos en forma indiscriminada, sino olvidar el día en que despertaste con calcetines que no hacían juego y pertenecían a dos personas diferentes.

Todo esto para decir que no es fácil organizar una fiesta sorpresa con gente que olvida de inmediato lo que debe silenciar. En el caso de los cincuenta años de Chente, un bajista y un baterista que abusan de los beneficios del olvido le anunciaron que lo verían en su fiesta sorpresa. Por suerte, también Chente cultiva la desmemoria y olvidó lo que le dijeron.

Llego al punto que quiero demostrar: la suma de defectos puede dar buenos resultados. Ofrezco otro ejemplo tomado de Diario negro de Buenos Aires, primera novela de Federico Bonasso, cantante del grupo El Juguete Rabioso. La historia trata del regreso de un argenmex a su país de origen luego de un prolongado exilio. Un elemento unificador de la vida latinoamericana es la posibilidad de que las cosas se resuelvan por error: "Me cuentan que hace poco, en la morgue de un hospital de provincia, un camillero escuchó a un bebé de siete meses llorar. Llevaba más de veinticuatro horas en la cámara frigorífica. Ya lo habían dado por muerto y de golpe el tipo escucha un leve quejido, como el de un gatito. Abre la cámara y encuentra al bebé, que mueve las manos. Sale corriendo y avisa a los doctores. Los padres del bebé reciben una llamada...

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