Juan Villoro / Futbol y justicia

AutorJuan Villoro

Cada vez que un árbitro se equivoca, los fanáticos se acuerdan de la señora de cabellos grises que tuvo la mala fortuna de parirlo.

El futbol es la forma de la pasión mejor repartida del planeta. Las presiones que sufre un silbante son inmensas. La FIFA le aconseja estar a dos metros de la pelota, pero la realidad le entrega descolgadas de vértigo y rebotes parabólicos. En una fracción de segundo, con la vista nublada por el sudor, debe impartir justicia. Su decisión desatará odios y calumnias. El capricho más arraigado del futbol consiste en pedirle objetividad al árbitro y valorarlo con subjetividad.

¿Por qué acepta alguien tan inclemente oficio? La razón es sencilla: nadie es tan aficionado al futbol como un árbitro. Se trata del hincha más secreto y resistente, el aficionado absoluto que por amor al juego no muestra su amor a una camiseta. Obviamente, preferiría ser delantero y llegar al estadio en un bruñido coche deportivo. Por desgracia, sus facultades dan para seguir jugadas pero no para inventarlas. Así las cosas, se contenta con ser el testigo más cercano de la gesta. Sabe que el partido sería imposible sin su presencia y soporta comentarios que no son deudores de la razón, sino del sonido y de la furia.

Idéntico a la vida, el futbol se somete a un principio de incertidumbre. Un silbante nos regala un pénalti y otro se acerca a nuestro ídolo con pasos de fusilamiento y extrae del bolsillo la tarjeta del rubor y la ignominia. El responsable de soplar la ley es el atribulado representante del factor humano. El futbol sería menos divertido y menos ético si no se equivocara.

La reciente eliminación de Irlanda reabrió la polémica sobre la precariedad del arbitraje. En forma injusta, Francia calificó al Mundial. Todo el mundo vio que Henry se acomodaba el balón con la mano para dar un pase que acabaría en gol. Todo el mundo, menos el árbitro. Para colmo, se trató de un error típico. Los silbantes suelen equivocarse en favor de las escuadras poderosas que juegan en su casa. Días después, el Real Madrid enfrentó en el Bernabéu al débil Almería de Hugo Sánchez. El equipo andaluz defendía un heroico 2-2 cuando su portero se lanzó a los pies de un atacante y le sacó el balón. El jugador madridista tropezó y el árbitro decretó pénalti. Cristiano Ronaldo cobró la falta y el portero atajó el tiro. El balón fue a dar a Benzema, quien, de manera ilegal, se encontraba dentro del área en el momento del cobro. El francés anotó y las ilusiones de los...

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