Juan Villoro / Poética del colapso

AutorJuan Villoro

El campo de fuerzas de la literatura argentina ha sido inquietado por los deslumbrantes relatos de Mariana Enríquez y Samanta Schweblin. En ambas, la realidad se abre hacia una zona de sin sentido; lo que se cuenta importa por algo que no se sabe del todo. Ese vacío se carga de dramatismo a medida que avanza la trama. El título del primer libro de Schweblin parece aludir a su método de composición: El núcleo del disturbio. Sus cuentos llevan a una incierta encrucijada, el instante quebradizo en que algo que viene de lejos o ha permanecido oculto está a punto de revelarse. La condición viva de la historia depende de lo que se arruinó o desgastó en otro sitio o en otro momento. La sorpresa suele venir de algo que ya estaba ahí, pero había pasado inadvertido.

También Enríquez recoge los acuciantes saldos del deterioro, según indican los insuperables títulos de dos de sus colecciones de relatos: Las cosas que perdimos en el fuego y Los peligros de fumar en la cama. En esta labor de rescate, los hallazgos colindan con el absurdo y el horror, y ofrecen peculiar consuelo: la experiencia sensible es la ceniza de un incendio.

María Gainza agrega otra voz única al horizonte de narradoras argentinas. Su primer libro, El nervio óptico (Anagrama, 2017), es un dispositivo múltiple: una novela en once relatos que reflexiona sobre la pintura en clave de autoficción. Cada capítulo se ocupa de un cuadro visto en Argentina (la autora odia viajar); en paralelo, se cuenta la historia de una familia; ver un pintura remite a un episodio íntimo.

Al recordar una obra solemos recuperar las condiciones en que la vimos. Regresamos mentalmente al museo, ascendemos la escarpada escalera, buscamos la sala decisiva, sentimos la presencia de quien nos acompañaba ese día, volvemos al pleito que tuvimos justo antes de entrar ahí y que malogró la contemplación del óleo, nos irritamos, hacemos un balance de nuestra vida con esa persona, y dejamos de pensar en la pintura.

En forma perturbadora, a veces recuperamos con mayor minucia la habitación donde leímos una novela que la novela misma. La percepción estética está circundada de impresiones banales que de pronto regresan a nosotros, como si lo hicieran para acusarnos. Proust bebió una taza de té para recuperar el tiempo perdido; en cambio, nosotros, al recordar la...

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