Juan Villoro / Simpatía por el diablo

AutorJuan Villoro

El 18 de diciembre Keith Richards logrará un extraño triunfo biológico: cumplir 65 años. "La vida es un proceso de demolición", escribió Francis Scott Fitzgerald. Devoto de esta sentencia, el guitarrista de los Rolling Stones ha buscado numerosas formas de aniquilar su organismo y su reputación. Se ha quedado dormido a 100 kilómetros por hora y en conciertos donde ha pasado del blues al ridículo.

Su historia es un acto de supervivencia contra todos los pronósticos, el récord geriátrico de un juerguista que ha pagado facturas de 5 mil libras por limpiar su habitación de hotel y ha vivido contra la moral y las costumbres, entre posesión ilegal de armas, robo de guitarras eléctricas, relaciones eróticas que parecen coreografiadas por el Cirque du Soleil y una dieta de heroína capaz de acabar con una etnia entera.

"Nunca he tenido problemas con las drogas. Sólo con la policía", ha dicho el hombre que olvidó la mayor parte de los años setenta y transformó su rostro en una gárgola medieval. El humor nunca abandonó al Stone rebelde. En su gira de 1998, saludó al público de este modo: "Es magnífico estar de vuelta. Es magnífico estar aquí. Es magnífico estar en cualquier parte". El solo hecho de pisar un escenario es para Richards la prueba de que alguien puede respirar el aliento de la muerte y vivir para contarlo.

Al modo de los poetas románticos, entendió la experiencia estética como un trabajo de alto riesgo en el que las decepciones llevan a beber arsénico o a acariciar a los gatos de la magia negra ("soy Baudelaire y estoy en la lista con otros amigos"). Esta pasión lo hizo arder en su propia luz y mostrar sus quemaduras con orgullo. Aunque los escenarios y los costos de sus fiestas cambiaron con el tiempo, nunca perdió el temple dolorido del genuino intérprete de rock. Los Stones se transformaron en un megaconsorcio, pero él garantizó que en un rincón del escenario perdurara la esencia del blues de Chicago. Mientras Jagger aportaba teatralidad al grupo y se contoneaba para seducir estadios, Richards preservaba la soledad de quien fuma al margen del mundo y resume su furia y su melancolía en las seis cuerdas de una guitarra. Más allá del asombro que provoca verlo en pie, su resistencia ha sido un acto de integridad en un negocio de simuladores.

Jagger y Richards se conocieron en 1951, a los 7 años, y comenzaron a componer juntos antes de cumplir los 20. Desde entonces han llevado vidas distintas e indisolubles, al modo de Dr. Jekyll y Mr...

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