Juana Inés Dehesa / Confianza

AutorJuana Inés Dehesa

Tengo que confesar que yo quizá sea la única persona que vio partir a Mancera con tristeza. Es que daba mucha nota. Pasara lo que pasara, eran seguras dos cosas: que la ciudad iba a seguir siendo el tiradero que se encargó de prohijar, pero también que algo iba a decir, a hacer, a declarar que proveería material suficiente para darle vuelo a la hilacha una semana más.

No es broma. Los tres seres humanos que me reconocen por la calle y que no son mis parientes no hacen más que preguntar- me "y ora, sin Mancera, ¿de qué vas a escribir?", y no se crean, no tenía yo una respuesta demasiado a la mano, más allá de mi infinita confianza en que los políticos mexicanos son una fuente inagotable de humor involuntario.

Ya estaba yo pensando que tendría que mudarme a la estampa urbana y variopinta. Que era momento de comentar los sofocones que sufre un amigo cada vez que suena la alerta sísmica y tiene que convencer a su periquito, que vive una vida libre y sin ataduras, de que es momento de encerrarse en la jaula para salir a zona segura. O que tendría yo que contarles de Nacho, una tortuga que descubrió un pariente bien ocioso que tengo, y que deambula (la tortuga, pero también mi pariente) por la colonia Del Valle, viviendo de la flor de calabaza y la bondad de los vecinos, y que a pesar de que no cuenta con pulgares oponibles ni posibilidad de sentarse, es capaz de manejar una cuenta de Instagram, ¿cómo ven?

En esas estaba, cavilando y ponderando mis opciones, cuando llegó a mis ojos un sorprendente y, por qué no...

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